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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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Al fondo del salón, en un espacio más reducido, había una estantería cerrada con<br />

puertas de tablas ordinarias. Era la cárcel de los libros prohibidos conforme a los<br />

espurgatorios de la Santa Inquisición, porque trataban de «materias profanas y<br />

fabulosas, y historias fingidas». Nadie tenía acceso a ella, salvo Cayetano <strong>Del</strong>aura,<br />

por hacerla pontificia para explorar los abismos de las letras extraviadas.<br />

Aquel remanso de tantos años se convirtió en su infierno desde que conoció a Sierva<br />

María. No volvería a reunirse con sus amigos, clérigos y laicos, que compartían con él<br />

los deleites de las ideas puras, y organizaban torneos escolásticos, concursos<br />

literarios, veladas de música. La pasión se redujo a entender las marrullerías del<br />

demonio, y a eso consagró sus lecturas y reflexiones durante cinco días con sus<br />

noches, antes de volver al convento. El lunes, cuando el obispo lo vio salir con paso<br />

firme, le preguntó cómo se sentía.<br />

«Con las alas del Espíritu Santo», dijo <strong>Del</strong>aura.<br />

Se había puesto la sotana de algodón ordinario que le infundía un ánimo de leñador,<br />

y llevaba el alma acorazada contra el desaliento. Falta le hacían.<br />

La guardiana contestó sus saludos con un gruñido, Sierva María lo recibió con un<br />

mal ceño, y era difícil respirar en la celda por los restos de comidas viejas y<br />

excrementos regados por el suelo. En el altar, junto a la lámpara del Santísimo, estaba<br />

intacto el almuerzo del día. <strong>Del</strong>aura cogió el plato y le ofreció a la niña una<br />

cucharada de frijoles negros con la manteca cuajada. Ella lo esquivó. Él insistió<br />

varias veces, y la reacción de ella fue igual. <strong>Del</strong>aura se comió entonces la cucharada<br />

de frijoles, la saboreó, y se la tragó sin masticar con gestos reales de repugnancia.<br />

«Tienes razón», le dijo.<br />

«Esto es infame».<br />

La niña no le prestó la menor atención. Cuando le curó el tobillo inflamado se le<br />

crispó la piel y sus ojos se humedecieron. Él la creyó vencida, la alivió con susurros<br />

de buen pastor, y al fin se atrevió a zafarle las correas para darle una tregua al cuerpo<br />

estragado. La niña flexionó los dedos varias veces para sentir que aún eran suyos y<br />

estiró los pies entumidos por las amarras. Entonces miró a <strong>Del</strong>aura por primera vez,<br />

lo pesó, lo midió, y se le fue encima con un salto certero de animal de presa. La<br />

guardiana ayudó a someterla y a amarrarla. Antes de salir, <strong>Del</strong>aura sacó del bolsillo<br />

un rosario de sándalo y se lo colgó a Sierva María encima de sus collares de santería.<br />

El obispo se alarmó cuando le vio llegar con la cara arañada y un mordisco en la<br />

mano que dolía de sólo verlo. Pero más lo alarmó la reacción de <strong>Del</strong>aura, que<br />

mostraba sus heridas como trofeos de guerra y se burlaba del peligro de contraer la<br />

rabia. Sin embargo, el médico del obispo le hizo una curación severa, pues era de los<br />

que temían que el eclipse del lunes siguiente fuera el preludio de graves desastres.<br />

En cambio, Martina Laborde, la vulneraria, no halló la menor resistencia en Sierva<br />

María. Se había asomado en puntillas a la celda, como al azar, y la había visto<br />

amarrada de pies y manos en la cama.<br />

La niña se puso en guardia, y mantuvo sus ojos bajos y alerta hasta que Martina le<br />

sonrió. Entonces sonrió también y se entregó sin condiciones. Fue como si el alma de<br />

Dominga de Adviento hubiera saturado el ámbito de la celda.<br />

Martina le contó quién era, y por qué estaba allí para el resto de sus días, a pesar de<br />

que había perdido la voz de tanto proclamar su inocencia. Cuando le preguntó a<br />

Gabriel García Márquez 51<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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