Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO
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célebre retratista del séquito del virrey. Tan admirable como su belleza era el juicio<br />
con que obedecía al artista. Cayetano cayó en éxtasis. Sentado en la sombra y<br />
viéndola a ella sin ser visto, le sobro el tiempo para borrar cualquier duda del<br />
corazón.<br />
A la hora nona el retrato estaba terminado. El pintor lo escudriñó a distancia, le dio<br />
dos o tres pinceladas finales, y antes de firmarlo le pidió a Sierva María que lo viera.<br />
Era idéntica, parada en una nube, y en medio de una corte de demonios sumisos. Ella<br />
lo contempló sin prisa y se reconoció en el esplendor de sus años. Por fin dijo:<br />
« Es como un espejo».<br />
«¿Hasta por los demonios», preguntó el pintor.<br />
«Así son», dijo ella.<br />
Terminada la pose, Cayetano la acompañó hasta la celda. Nunca la había visto<br />
caminar, y lo hacía con la gracia y la facilidad con que bailaba. Nunca la había visto<br />
con un traje distinto del balandrán de reclusa, y el vestido de reina le daba una edad<br />
y una elegancia que le revelaron hasta qué punto era ya una mujer. Nunca habían<br />
caminado juntos, y le encantó el candor con que se acompañaban.<br />
La celda era distinta gracias a los dones de persuasión de los virreyes, que en la visita<br />
de despedida habían convencido a la abadesa de las buenas razones del obispo. El<br />
colchón era nuevo, las sábanas de lino y las almohadas de plumas, y habían puesto<br />
utensilios para el aseo cotidiano y el baño del cuerpo. La luz del mar entraba por la<br />
ventana sin crucetas y resplandecía en las paredes recién encaladas. Como la comida<br />
era la misma de la clausura, ya no fue necesario llevar nada de fuera, pero <strong>Del</strong>aura se<br />
las arregló siempre para pasar de contrabando algunas exquisiteces de los portales.<br />
Sierva María quiso compartir la merienda, y <strong>Del</strong>aura se conformó con uno de los<br />
bizcochuelos que sustentaban el prestigio de las clarisas. Mientras comían, ella hizo<br />
un comentario casual:<br />
«He conocido la nieve».<br />
Cayetano no se alarmó. En otra época se habló de un virrey que quiso traer la nieve<br />
de los Pirineos para que la conocieran los aborígenes, pues ignoraba que la teníamos<br />
casi dentro del mar en la Sierra Nevada de Santa Marta. Tal vez, con sus artes<br />
novedosas, don Rodrigo de Buen Lozano había coronado la hazaña.<br />
«No», dijo la niña. «Fue en un sueño».<br />
Lo contó: estaba frente a una ventana donde caía una nevada intensa, mientras ella<br />
arrancaba y se comía una por una las uvas de un racimo que tenía en el regazo.<br />
<strong>Del</strong>aura sintió un aletazo de pavor.<br />
Temblando ante la inminencia de la última respuesta, se atrevió a preguntarle:<br />
«¿ Cómo terminó »<br />
«Me da miedo contárselo», dijo Sierva María.<br />
Él no necesitó más. Cerró los ojos y rezó por ella. Cuando terminó era otro.<br />
«No te preocupes», le dijo. «Te prometo que muy pronto serás libre y feliz, por la<br />
gracia del Espíritu Santo».<br />
Bernarda no se había enterado hasta entonces de que Sierva María estaba en el<br />
convento. Lo supo casi por casualidad, una noche en que encontró a Dulce Olivia<br />
barriendo y ordenando la casa, y la confundió con una alucinación de las suyas. En<br />
busca de alguna explicación racional, se dio a registrar cuarto por cuarto, y en el<br />
recorrido cayó en la cuenta de que no había visto a Sierva María desde hacía tiempo.<br />
Gabriel García Márquez 63<br />
<strong>Del</strong> amor y otros demonios