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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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CUATRO<br />

El padre Cayetano <strong>Del</strong>aura fue invitado por el obispo a esperar el eclipse bajo la<br />

pérgola de campánulas amarillas, el único lugar de la casa que dominaba el cielo del<br />

mar. Los alcatraces inmóviles en el aire con las alas abiertas parecían muertos en<br />

pleno vuelo. El obispo se abanicaba despacio, en una hamaca colgada de dos<br />

horcones con cabrestantes de barco, donde acababa de hacer la siesta. <strong>Del</strong>aura se<br />

mecía a su lado en un mecedor de mimbre. Ambos estaban en estado de gracia,<br />

tomando agua de tamarindo y mirando por encima de los tejados el vasto cielo sin<br />

nubes. Poco después de las dos empezó a oscurecer, las gallinas se recogieron en las<br />

perchas y todas las estrellas se encendieron al mismo tiempo. Un escalofrío<br />

sobrenatural estremeció el mundo. El obispo oyó el aleteo de las palomas retrasadas<br />

buscando a tientas los palomares en la oscuridad.<br />

«Dios es grande», suspiró. «Hasta los animales sienten» .<br />

La monja de turno le llevó un candil y unos vidrios ahumados para mirar el sol. El<br />

obispo se enderezó en la hamaca y empezó a observar el eclipse a través del cristal.<br />

«Hay que mirar con un solo ojo», dijo, tratando de dominar el silbido de su<br />

respiración. «Si no, se corre el riesgo de perder ambos» .<br />

<strong>Del</strong>aura permaneció con el cristal en la mano sin mirar el eclipse. Al cabo de un largo<br />

silencio, el obispo lo rastreó en la penumbra, y vio sus ojos fosforescentes ajenos por<br />

completo a los hechizos de la falsa noche.<br />

«¿En qué piensas», le preguntó.<br />

<strong>Del</strong>aura no contestó. Vio el sol como una luna menguante que le lastimó la retina a<br />

pesar del cristal Oscuro. Pero no dejó de mirar.<br />

«Sigues pensando en la niña», dijo el obispo.<br />

Cayetano se sobresaltó, a pesar de que el obispo tenía aquellos aciertos con más<br />

frecuencia de la que hubiera sido natural. «Pensaba que el vulgo puede relacionar<br />

sus males con este eclipse», dijo. El obispo sacudió la cabeza sin apartar la vista del<br />

cielo.<br />

«¿y quién sabe si tienen razón», dijo. «Las barajas del Señor no son fáciles de leer».<br />

«Este fenómeno fue calculado hace milenios por los astrónomos asirios», dijo<br />

<strong>Del</strong>aura.<br />

«Es una respuesta de jesuita», dijo el obispo.<br />

Cayetano siguió mirando el sol sin el cristal por simple distracción. A las dos y doce<br />

parecía un disco negro, perfecto, y por un instante fue la media noche a pleno día.<br />

Luego el eclipse recobró su condición terrenal, y empezaron a cantar los gallos del<br />

amanecer. Cuando <strong>Del</strong>aura dejó de mirar, la medalla de fuego persistía en su retina.<br />

«Sigo viendo el eclipse», dijo, divertido. «Adonde quiera que mire, ahí está».<br />

El obispo dio el espectáculo por terminado. «Se te quitará dentro de unas horas»,<br />

dijo. Se estiró sentado en la hamaca, bostezó y dio gracias al Señor por el nuevo día.<br />

<strong>Del</strong>aura no había perdido el hilo.<br />

«Con mis respetos, padre mío», dijo, «no creo que esa criatura esté poseída».<br />

Esta vez el obispo se alarmó de veras.<br />

«¿Por qué lo dices»<br />

54 Gabriel García Márquez<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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