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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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extramuros para los comerciantes que venían de Lima, de Portobelo, de La Habana,<br />

de Veracruz, a la rebatiña de los géneros y mercancías de todo el mundo descubierto.<br />

Una noche, muerto de la borrachera en una cantina de galeotes, Judas se le acercó a<br />

Bernarda con gran misterio.<br />

«Abre la boca y cierra los ojos», le dijo.<br />

Ella lo hizo, y él le puso en la lengua una tableta del chocolate mágico de Oaxaca.<br />

Bernarda lo reconoció y lo escupió, pues desde niña tenía una aversión especial<br />

contra el cacao. Judas la convenció de que era una materia sagrada que alegraba la<br />

vida, aumentaba la fuerza física, levantaba el ánimo y fortalecía el sexo.<br />

Bernarda soltó una risa explosiva.<br />

«Si eso fuera así», dijo, «las monjitas de Santa Clara serían toros de lidia» .<br />

Estaba ya cogida por la miel fermentada, que consumía con sus amigas de escuela<br />

desde antes de casarse, y siguió consumiéndola no sólo por la boca sino por los cinco<br />

sentidos en el aire caliente del trapiche. Con Judas aprendió a masticar tabaco y hojas<br />

de coca revueltas con cenizas de yarumo, como los indios de la Sierra Nevada. Probó<br />

en las tabernas el canabis de la India, la trementina de Chipre, el peyote del Real de<br />

Catorce, y por lo menos una vez el opio de la Nao de China por los traficantes<br />

filipinos. Sin embargo, no fue sorda a la proclama de Judas en favor del cacao. De<br />

regreso de todo lo demás, reconoció sus virtudes, y lo prefirió a todo. Judas se volvió<br />

ladrón, proxeneta, sodomita ocasional, y todo por vicio, pues nada le faltaba. Una<br />

mala noche, delante de Bernarda, se enfrentó a manos limpias con tres galeotes de la<br />

flota por un pleito de barajas, y lo mataron a silletazos.<br />

Bernarda se refugió en el trapiche. La casa quedó al garete, y si no naufragó desde<br />

entonces fue por la mano maestra de Dominga de Adviento, que terminó de formar a<br />

Sierva María como quisieron sus dioses. El marqués se había enterado apenas del<br />

derrumbe de la esposa. <strong>Del</strong> trapiche llegaban voces de que vivía en estado de delirio,<br />

que hablaba sola, que escogía los esclavos mejor servidos para compartirlos en sus<br />

noches romanas con sus antiguas compañeras de escuela. La fortuna venida por<br />

agua, por agua se le iba, y estaba a merced de los pellejos de miel y los costales de<br />

cacao que mantenía escondidos por aquí y por allá para no perder tiempo cuando la<br />

acosaban las ansias. Lo único seguro que le quedaba entonces eran dos múcuras<br />

repletas de doblones de a cien y de a cuatro, en oro puro, que en tiempos de vacas<br />

gordas había enterrado debajo de la cama. Era tanto su deterioro, que ni el marido la<br />

reconoció cuando volvió de Mahates por última vez, al cabo de tres años continuos,<br />

poco antes de que el perro mordiera a Sierva María.<br />

A mediados de marzo, los riesgos del mal de rabia parecían conjurados. El marqués,<br />

agradecido con su suerte, se propuso enmendar el pasado y conquistar el corazón de<br />

la hija con la receta de felicidad aconsejada por Abrenuncio. Le consagró todo su<br />

tiempo. Trató de aprender a peinarla y a tejerle la trenza. Trató de enseñarla a ser<br />

blanca de ley, de restaurar para ella sus sueños fallidos de noble criollo, de quitarle el<br />

gusto del escabeche de iguana y el guiso de armadillo. Lo intentó casi todo, menos<br />

preguntarse si aquel era el modo de hacerla feliz.<br />

Abrenuncio siguió visitando la casa. No le era fácil entenderse con el marqués, pero<br />

le interesaba su inconsciencia en un suburbio del mundo intimidado por el Santo<br />

Oficio. Así se les iban los meses del calor, él hablando sin ser oído bajo los naranjos<br />

floridos, y el marqués pudriéndose en la hamaca a mil trescientas leguas marinas de<br />

30 Gabriel García Márquez<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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