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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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En las prisas de la huida, la comandante del atraco dio un traspié en las escaleras<br />

oscuras y se fracturó el cráneo. Sus compañeras no tuvieron un instante de paz<br />

mientras no devolvieron a su dueña los<br />

collares robados. Nadie volvió a perturbar las noches de la celda.<br />

Para el marqués de Casalduero fueron días de luto. Más había tardado en internar a<br />

la niña que en arrepentirse de su diligencia, y sufrió un pasmo de tristeza del que<br />

nunca se repuso. Merodeó varias horas alrededor del convento preguntándose en<br />

cuál de sus ventanas incontables estaba Sierva María pensando en él. Cuando regresó<br />

a la casa vio a Bernarda en el patio tomando el fresco de la prima noche. Lo<br />

estremeció el presagio de que iba a preguntarle por Sierva María, pero apenas lo<br />

miró.<br />

Soltó los mastines y se acostó en la hamaca de la alcoba con la ilusión de un sueño<br />

eterno. Pero no pudo. Los alisios habían pasado y era una noche ardiente. Las<br />

ciénagas mandaban toda clase de sabandijas aturdidas por el bochorno y ráfagas de<br />

zancudos carniceros, y había que quemar bostas de vaca en los dormitorios para<br />

espantarlos. Las almas se hundían en el sopor. El primer aguacero del año se<br />

esperaba entonces con tanta ansiedad como había de rogarse seis meses después que<br />

escampara para siempre.<br />

Apenas despuntó el alba el marqués se fue a casa de Abrenuncio. No había acabado<br />

de sentarse cuando sintió por anticipado el inmenso alivio de compartir su dolor. Fue<br />

a su asunto sin preámbulos:<br />

«He depositado la niña en Santa Clara».<br />

Abrenuncio no entendió, y el marqués aprovechó su desconcierto para el golpe<br />

siguiente.<br />

«Será exorcizada», dijo.<br />

El médico respiró a fondo y dijo con una calma ejemplar:<br />

«Cuénteme todo».<br />

Entonces el marqués le contó: la visita al obispo, sus ansias de rezar, su<br />

determinación ciega, su noche en blanco. Fue una capitulación de cristiano viejo que<br />

no se reservó ni un secreto para su complacencia.<br />

«Estoy convencido de que fue un mandato de Dios», concluyó.<br />

«Quiere decir que ha recuperado la fe», dijo Abrenuncio.<br />

«Nunca se deja de creer por completo», dijo el marqués. «La duda persiste».<br />

Abrenuncio lo entendió. Siempre había pensado que dejar de creer causaba una<br />

cicatriz imborrable en el lugar en que estuvo la fe, y que impedía olvidarla. Lo que le<br />

parecía inconcebible era someter una hija al castigo de los exorcismos.<br />

«Entre eso y las hechicerías de los negros no hay mucha diferencia», dijo. «y peor<br />

aún, porque los negros no pasan de sacrificar gallos a sus dioses, mientras que el<br />

Santo Oficio se complace descuartizando inocentes en el potro o asándolos vivos en<br />

espectáculo público».<br />

La participación de monseñor Cayetano <strong>Del</strong>aura en la visita al obispo le pareció un<br />

precedente siniestro. «Es un verdugo», dijo, sin más vueltas. y se perdió en una<br />

enumeración erudita de antiguos autos de fe contra enfermos mentales ejecutados<br />

como energúmenos o herejes.<br />

«Creo que matarla hubiera sido más cristiano que enterrarla viva», concluyó.<br />

44 Gabriel García Márquez<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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