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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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«Con mayor razón», dijo el obispo. «El caso de la niña, llevado a bien, puede ser el<br />

impulso que nos falta» .<br />

<strong>Del</strong>aura era consciente de su torpeza para entenderse con mujeres. Le parecían<br />

dotadas de un uso de razón intransferible para navegar sin tropiezos por entre los<br />

azares de la realidad. La sola idea de un encuentro, aun con una criatura indefensa<br />

como Sierva María, le helaba el sudor de las manos.<br />

«No, señor», decidió. «No me siento capaz».<br />

«No sólo lo eres», replicó el obispo, «sino que tienes de sobra lo que a cualquier otro<br />

le faltaría: la inspiración .<br />

Era una palabra demasiado grande para que no fuera la última. Sin embargo, el<br />

obispo no lo conminó a aceptar de inmediato sino que le concedió un tiempo de<br />

reflexión, hasta después de los duelos de la Semana Santa que empezaba aquel día.<br />

«Ve a ver ala niña», le dijo. «Estudia el caso a fondo y me informas» .<br />

Fue así como Cayetano Alcino del Espíritu Santo <strong>Del</strong>aura y Escudero, a los treinta y<br />

seis años cumplidos, entró en la vida de Sierva María y en la historia de la ciudad.<br />

Había sido alumno del obispo en su célebre cátedra de teología de Salamanca donde<br />

se graduó con los honores más altos de su promoción. Estaba convencido de que su<br />

padre era descendiente directo de Garcilaso de la Vega, por quien guardaba un culto<br />

casi religioso, y lo hacía saber de inmediato. Su madre era una criolla de San Martín<br />

de Loba, en la provincia de Mompox, emigrada a España con sus padres. <strong>Del</strong>aura no<br />

creía tener nada de ella hasta que vino al Nuevo Reino de Granada y reconoció sus<br />

nostalgias heredadas. Desde su primera conversación con él en Salamanca, el obispo<br />

De Cáceres y Virtudes se había sentido frente a uno de esos raros valores que<br />

adornaban a la cristiandad de su tiempo. Era una helada mañana de febrero, y a<br />

través de la ventana se veían los campos nevados y al fondo la hilera de álamos en el<br />

río. Aquel paisaje invernal había de ser el marco de un sueño recurrente que iba a<br />

perseguir al joven teólogo por el resto de su vida.<br />

Hablaron de libros, por supuesto, y el obispo no podía creer que <strong>Del</strong>aura hubiera<br />

leído tanto a su edad. Él le habló de Garcilaso. El maestro le confesó que lo conocía<br />

mal, pero lo recordaba como un poeta pagano que no mencionaba a Dios más de dos<br />

veces en toda su obra.<br />

«No tan pocas veces», dijo <strong>Del</strong>aura. «Pero eso no era raro aun en los buenos católicos<br />

del Renacimiento».<br />

El día en que él hizo sus primeros votos, el maestro le propuso que lo acompañara al<br />

reino incierto de Yucatán, donde acababa de ser nombrado obispo. A <strong>Del</strong>aura, que<br />

conocía la vida en los libros, el vasto mundo de su madre le parecía un sueño que<br />

nunca había de ser suyo. Le costaba trabajo imaginarse el calor opresivo, el eterno<br />

tufo de carroña, las ciénagas humeantes, mientras desenterraban de la nieve los<br />

corderos petrificados.AI obispo, que había hecho las guerras de África, le era más<br />

fácil concebirlos.<br />

«He oído decir que nuestros clérigos enloquecen de felicidad en las Indias», dijo<br />

<strong>Del</strong>aura.<br />

«Y algunos se ahorcan», dijo el obispo. «Es un reino amenazado por la sodomía, la<br />

idolatría y la antropofagia». Y agregó sin prejuicios:<br />

«Como tierra de moros».<br />

Gabriel García Márquez 47<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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