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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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«Para defenderme de los piratas, señor», dijo el indio, todavía sin mirarlo a la cara.<br />

«Ahora lo traigo por si su merced me quiere hacer la gracia de matarme antes que yo<br />

lo mate».<br />

Lo miró a la cara. Tenía unos ojitos tristes y mudos, pero el marqués entendió lo que<br />

no le decían. Le devolvió el arcabuz y lo invitó a seguir adelante para celebrar el<br />

acuerdo. El párroco de una iglesia vecina ofició la boda dos días después, con los<br />

padres de ella y los padrinos de ambos. Cuando terminaron, Sagunta apareció de<br />

donde nadie supo y coronó a los recién casados con las guirnaldas de la felicidad.<br />

Una mañana de lluvias tardías, bajo el signo de Sagitario, nació sietemesina y mal<br />

Sierva María de Todos los Ángeles. Parecía un renacuajo descolorido, y el cordón<br />

umbilical enrollado en el cuello estaba a punto de estrangularla.<br />

«Es hembra», dijo la comadrona. «Pero no vivirá».<br />

Fue entonces cuando Dominga de Adviento prometió a sus santos que si le<br />

concedían la gracia de vivir, la niña no se cortaría el cabello hasta noche de bodas. No<br />

bien lo había prometido cuando la niña rompió a llorar. Dominga de Adviento,<br />

jubilosa, cantó: «Será santa!». El marqués que la conoció ya lavada y vestida, fue<br />

menos clarividente.<br />

«Será puta», dijo. «Si Dios le da vida y salud».<br />

La niña, hija de noble y plebeya, tuvo una infancia de expósita. La madre la odió<br />

desde que le dio de mamar por la única vez, y se negó a tenerla con ella por temor de<br />

matarla. Dominga de Adviento la amamantó, la bautizó en Cristo y la consagró a<br />

Olokun, una deidad yoruba de sexo incierto, cuyo rostro se presume tan temible que<br />

sólo se deja ver en sueños, y siempre con una máscara. Traspuesta en el patio de los<br />

esclavos Sierva María aprendió a bailar desde antes de hablar, aprendió tres lenguas<br />

africanas al mismo tiempo, a beber sangre de gallo en ayunas y a deslizarse por entre<br />

los cristianos sin ser vista ni sentida, como un ser inmaterial. Dominga de Adviento<br />

la circundó de una corte jubilosa de esclavas negras, criadas mestizas, mandaderas<br />

indias, que la bañaban con aguas propicias, la purificaban con la verbena de Yemayá<br />

y le cuidaban como un rosal la rauda cabellera que a los cinco años le daba a la<br />

cintura. Poco a poco, las esclavas le habían ido colgando los collares de distintos<br />

dioses, hasta el número de dieciséis.<br />

Bernarda había agarrado ya con mano firme el poder de la casa, mientras el marqués<br />

vegetaba en el huerto. Su primer empeño fue restablecer la fortuna repartida por el<br />

marido, escudada en los poderes del primer marqués. Éste, en su tiempo, había<br />

obtenido licencias para vender cinco mil esclavos en ocho años, con el compromiso<br />

de importar al mismo tiempo dos barriles de harina por cada uno. Con sus trápalas<br />

maestras y la venalidad de los aduaneros vendió la harina pactada, pero también<br />

vendió de contrabando tres mil esclavos más, lo cual lo convirtió en el tratante<br />

individual más afortunado de su siglo.<br />

Fue a Bernarda a quien se le ocurrió que el buen negocio no eran los esclavos sino la<br />

harina, aunque el negocio grande, en realidad, era su increíble poder de persuasión.<br />

Con una sola licencia para importar mil esclavos en cuatro años, y tres barriles de<br />

harina por cada uno, hizo el agosto de su vida: vendió los mil negros convenidos,<br />

pero en vez de tres mil barriles de harina importó doce mil.<br />

El más grande contrabando del siglo.<br />

28 Gabriel García Márquez<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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