Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO
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ien vestida, y la dejó sentada en uno de los bancos de piedra del jardín para<br />
recogerla más tarde. Pero la olvidó de regreso.<br />
Dos novicias que pasaron después se interesaron por sus collares y sus anillos, y le<br />
preguntaron quién era. Ella no contestó. Le preguntaron si sabía castellano, y fue<br />
como hablarle a un muerto.<br />
«Es sordomuda», dijo la novicia más joven.<br />
«O alemana», dijo la otra.<br />
La más joven empezó a tratarla como si careciera de los cinco sentidos. Le soltó la<br />
trenza que tenía enrollada en el cuello y la midió por cuartas. «Casi cuatro», dijo,<br />
convencida de que la niña no la oía.<br />
Empezó a desbaratarla, pero Sierva María la intimidó con la mirada. La novicia se la<br />
sostuvo y le sacó la lengua.<br />
«Tienes los ojos del diablo», le dijo.<br />
Le quitó un anillo sin resistencia, pero cuando la otra trató de arrebatarle los collares<br />
se revolvió como una víbora y le dio en la mano un mordisco instantáneo y certero.<br />
La novicia corrió a lavarse la sangre.<br />
Cuando cantaron la tercia Sierva María se había levantado una vez para tomar agua<br />
en el estanque. Asustada, regresó al banco sin beber, pero volvió cuando se dio<br />
cuenta de que eran cánticos de monjas. Quitó la nata de hojas podridas con un golpe<br />
diestro de la mano, y bebió en el cuenco hasta saciarse sin apartar los gusarapos.<br />
Luego orinó detrás del árbol, acuclillada y con un palo listo para defenderse de<br />
animales abusivos y hombres ponzoñosos, como se lo enseñó Dominga de Adviento.<br />
Poco después pasaron dos esclavas negras que reconocieron los collares de santería y<br />
le hablaron en lengua yoruba. La niña les contestó entusiasmada en la misma lengua.<br />
Como nadie sabía por qué estaba allí, las esclavas la llevaron a la cocina tumultuosa,<br />
donde fue recibida con alborozo por la servidumbre. Alguien se fijó entonces en la<br />
herida del tobillo y quiso saber qué le había pasado. «Me lo hizo madre con un<br />
cuchillo», dijo ella. A quienes le preguntaron cómo se llamaba, les dio su nombre de<br />
negra: María Mandinga.<br />
Recuperó su mundo al instante. Ayudó a degollar un chivo que se resistía a morir. Le<br />
sacó los ojos y le cortó las criadillas, que eran las partes que más le gustaban. Jugó al<br />
diábolo con los adultos en la cocina y con los niños del patio, y les ganó a todos.<br />
Cantó en yoruba, en congo y en mandinga, y aun los que no entendían la escucharon<br />
absortos.<br />
Al almuerzo se comió un plato con las criadillas y los ojos del chivo, guisados en<br />
manteca de cerdo y sazonados con especias ardientes.<br />
A esa hora todo el convento sabía ya que la niña estaba allí, menos Josefa Miranda, la<br />
abadesa. Era una mujer enjuta y aguerrida, y con una mentalidad estrecha que le<br />
venía de familia. Se había formado en Burgos, a la sombra del Santo Oficio, pero el<br />
don de mando y el rigor de sus prejuicios eran de dentro y de siempre. Tenía dos<br />
vicarias capaces, pero estaban de sobra, porque ella se ocupaba de todo y sin ayuda<br />
de nadie.<br />
Su rencor contra el episcopado local había empezado casi cien años antes de su<br />
nacimiento. La causa primera, como en los grandes pleitos de la historia, fue una<br />
divergencia mínima por asuntos de dinero y jurisdicción entre las clarisas y el obispo<br />
franciscano. Ante la intransigencia de éste, las monjas obtuvieron el apoyo del<br />
40 Gabriel García Márquez<br />
<strong>Del</strong> amor y otros demonios