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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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El marqués se santiguó. Abrenuncio lo miró, trémulo y fantasmal con sus tafetanes<br />

de duelo, y volvió a ver en sus ojos las luciérnagas de la incertidumbre que nacieron<br />

con él.<br />

«Sáquela de ahí», le dijo.<br />

«Es lo que quiero desde que la vi caminando hacia el pabellón de las enterradas<br />

vivas», dijo el marqués. «Pero no me siento con fuerzas para contrariar la voluntad<br />

de Dios».<br />

«Pues siéntase», dijo Abrenuncio. «Tal vez Dios se lo agradezca algún día» .<br />

Esa noche el marqués solicitó una audiencia al obispo. La escribió de su puño y letra<br />

con una redacción enmarañada y una caligrafía infantil y la entregó en persona al<br />

portero para estar seguro de que llegaba a su destino.<br />

El obispo fue notificado el lunes de que Sierva María estaba lista para los exorcismos.<br />

Había terminado la merienda en su terraza de campánulas amarillas, y no le prestó<br />

una atención especial al recado. Comía poco, pero con una parsimonia que podía<br />

prolongar el ritual por tres horas. Sentado frente a él, el padre Cayetano <strong>Del</strong>aura le<br />

leía con una voz bien impostada y un estilo algo teatral.<br />

Ambas cosas convenían a los libros que él mismo elegía a su gusto y criterio.<br />

El viejo palacio era demasiado grande para el obispo, que se bastaba de la sala de<br />

visitas y el dormitorio, y la terraza descubierta donde hacía las siestas y comía hasta<br />

que empezaba la estación de lluvias. En el ala opuesta estaba la biblioteca oficial que<br />

Cayetano <strong>Del</strong>aura había fundado, enriquecido y sostenido de mano maestra, y que se<br />

tuvo en su tiempo entre las mejores de las Indias. El resto del edificio eran once<br />

aposentos clausurados, donde se acumulaban escombros de dos siglos.<br />

Salvo la monja de turno que servía la mesa, Cayetano <strong>Del</strong>aura era el único que tenía<br />

acceso a la casa del obispo durante las comidas, y no por sus privilegios personales,<br />

como se decía, sino por su dignidad de lector. No tenía ningún cargo definido, ni más<br />

título que el de bibliotecario, pero se le consideraba como un vicario de hecho por su<br />

cercanía del obispo, y nadie concebía que éste tomara sin él alguna determinación de<br />

importancia.<br />

Tenía su celda personal en una casa contigua que se comunicaba por dentro con el<br />

palacio, y en la cual estaban las oficinas y las habitaciones de los funcionarios de la<br />

diócesis, y las de media docena de monjas al servicio doméstico del obispo. Sin<br />

embargo, su verdadera casa era la biblioteca, donde trabajaba y leía hasta catorce<br />

horas diarias, y donde tenía un catre de cuartel para dormir cuando lo sorprendiera<br />

el sueño.<br />

La novedad de aquella tarde histórica fue que <strong>Del</strong>aura había trastabillado varias<br />

veces en la lectura. Y más insólito aún que saltó una página por error y continuó<br />

leyendo sin advertirlo. El obispo lo observó a través de sus espejuelos mínimos de<br />

alquimista, hasta que pasó a la página siguiente.<br />

Entonces lo interrumpió divertido:<br />

«¿En qué piensas»<br />

<strong>Del</strong>aura se sobresaltó.<br />

«Debe de ser el bochorno», dijo. «¿Por qué» El obispo siguió mirándolo a los ojos.<br />

«Seguro que es algo más que el bochorno», le dijo. y repitió en el mismo tono: «¿En<br />

qué estabas pensando»<br />

«En la niña», dijo <strong>Del</strong>aura.<br />

Gabriel García Márquez 45<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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