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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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maletita que había olvidado en algún lugar de la casa. Pero <strong>Del</strong>aura parecía presa de<br />

un dolor mortal. Agradeció la tarde, la ayuda médica, el colirio, pero lo único que<br />

concedió fue la promesa de volver otro día con más tiempo.<br />

No podía soportar el apremio de ver a Sierva María. Apenas si advirtió, ya en la<br />

puerta, que era noche cerrada. Había escampado, pero los albañales estaban<br />

rebosados por la tormenta, y <strong>Del</strong>aura se echó por el medio de la calle con el agua a<br />

los tobillos. La tornera del convento trató de cerrarle el paso por la proximidad de la<br />

queda. Él la hizo a un lado :<br />

«Orden del señor obispo».<br />

Sierva María se despertó asustada y no lo reconoció en las tinieblas. Él no supo cómo<br />

explicarle por qué iba a una hora tan distinta y agarró al vuelo el pretexto:<br />

«Tu padre quiere verte».<br />

La niña reconoció la maletita, y la cara se le reencendió de furia.<br />

«Pero yo no quiero», dijo.<br />

Él, desconcertado, le preguntó por qué «Porque no», dijo ella. «Prefiero morirme».<br />

<strong>Del</strong>aura trató de zafarle la correa del tobillo sano creyendo que la complacía.<br />

«Déjeme», dijo ella. «No me toque».<br />

Él no le hizo caso, y la niña le soltó una ráfaga de escupitajos en la cara. Él se<br />

mantuvo firme, y le ofreció la otra mejilla. Sierva María siguió escupiéndolo. Él<br />

volvió a cambiar la mejilla, embriagado por la vaharada de placer prohibido que le<br />

subió de las entrañas. Cerró los ojos y rezó con el alma mientras ella seguía<br />

escupiéndolo, más feroz cuanto más gozaba él, hasta que se dio cuenta de la<br />

inutilidad de su rabia. Entonces <strong>Del</strong>aura asistió al espectáculo pavoroso de una<br />

verdadera energúmena. La cabellera de Sierva María se encrespó con vida propia<br />

como las serpientes de la Medusa, y de la boca salió una baba verde y un sartal de<br />

improperios en lenguas de idólatras. <strong>Del</strong>aura blandió su crucifijo, lo acercó a la cara<br />

de ella, y gritó aterrado:<br />

«Sal de ahí, quienquiera que seas, bestia de los infiernos».<br />

Sus gritos atizaron los de la niña, que estaba a punto de romper las hebillas de .las<br />

correas. La guardiana acudió asustada y trató de someterla, pero sólo Martina lo<br />

consiguió con sus maneras celestiales. <strong>Del</strong>aura huyó.<br />

El obispo estaba inquieto de que no hubiera llegado a la lectura de la cena. Se dio<br />

cuenta de que flotaba en una nube personal donde nada de este mundo ni del otro le<br />

importaba, como no fuera la imagen terrorífica de Sierva María envilecida por el<br />

diablo. Huyó a la biblioteca pero no pudo leer. Rezó con la fe exacerbada, cantó la<br />

canción de la tiorba, lloró con lágrimas de aceite ardiente que le abrasaron las<br />

entrañas. Abrió la maletita de Sierva María y puso las cosas una por una sobre la<br />

mesa. Las conoció, las olió con un deseo ávido del cuerpo, las amó, y habló con ellas<br />

en hexámetros obscenos, hasta que no pudo más.<br />

Entonces se desnudó el torso, sacó de la gaveta del mesón de trabajo la disciplina de<br />

hierro que nunca se había atrevido a tocar, y empezó a flagelarse con un odio<br />

insaciable que no había de darle tregua hasta extirpar en sus entrañas hasta el último<br />

vestigio de Sierva María. El obispo, que había quedado pendiente de él, lo encontró<br />

revolcándose en un lodazal de sangre y de lágrimas.<br />

«Es el demonio, padre mío», le dijo <strong>Del</strong>aura. «El más terrible de todos».<br />

Gabriel García Márquez 69<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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