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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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desayuno en la mesa, hizo una inspección de rutina con el farol, y salió sin ver a<br />

Cayetano en la cama.<br />

«Lucifer es un bicho», se burló él cuando recobró el aire. «También a mí me ha vuelto<br />

invisible».<br />

Sierva María tuvo que refinar su astucia para que la vigilante no volviera a entrar en<br />

la celda aquel día. Tarde en la noche, después de una jornada entera de retozos, se<br />

sentían amados desde siempre.<br />

Cayetano, entre broma y de veras, se atrevió a zafarle a Sierva María el cordón del<br />

corpiño. Ella se protegió el .pecho con las dos manos, y hubo un destello de furia en<br />

sus ojos y una ráfaga de rubor le encendió la frente. Cayetano le agarró las manos<br />

con el pulgar y el índice, como si estuvieran a fuego vivo, y se las apartó del pecho.<br />

Ella trató de resistir, y él le opuso una fuerza tierna pero resuelta.<br />

«Repite conmigo», le dijo: «En fin a vuestras manos he venido».<br />

Ella obedeció. «Do sé que he de morir», prosiguió<br />

él, mientras le abría el corpiño con sus dedos helados. Ella lo repitió casi sin voz,<br />

temblando de miedo: «Para que sólo en mí fuese probado cuánto corta una espada en<br />

un rendido». Entonces la besó en los labios por primera vez. El cuerpo de Sierva<br />

María se estremeció con un quejido, soltó una tenue brisa de mar y se abandonó a su<br />

suerte. Él se paseó por su piel con la yema de los dedos, sin tocarla apenas, y vivió<br />

por primera vez el prodigio de sentirse en otro cuerpo. Una voz interior le hizo ver<br />

qué lejos había estado del diablo en sus insomnios de latín y griego, en los éxtasis de<br />

la fe, en los yermos de la pureza, mientras ella convivía con todas las potencias del<br />

amor libre en las barracas de los esclavos. Se dejó guiar por ella, tanteando en las<br />

tinieblas, pero se arrepintió en el último instante y se desbarrancó en un cataclismo<br />

moral. Permaneció bocarriba con los ojos cerrados.<br />

Sierva María se asustó de su silencio y su quietud de muerte, y lo tocó con un dedo.<br />

«¿Qué le pasa», le preguntó.<br />

«Déjame ahora», murmuró él. «Estoy rezando».<br />

En los días siguientes sólo tuvieron instantes de sosiego mientras estaban juntos. No<br />

se saciaron de hablar de los dolores del amor. Se agotaban a besos, declamaban<br />

llorando a lágrima viva versos de enamorados, se cantaban al oído, se revolcaban en<br />

cenagales de deseo hasta el límite de sus fuerzas; exhaustos pero vírgenes. Pues él<br />

había decidido mantener su voto hasta recibir el sacramento, y ella lo compartió.<br />

En las pausas de la pasión intercambiaron pruebas excesivas. Él le dijo que sería<br />

capaz de cualquier cosa por ella. Sierva María le pidió con una crueldad infantil que<br />

se comiera por ella una cucaracha. Él la atrapó antes de que ella pudiera impedirlo, y<br />

se la comió viva. En otros desafíos vesánicos él le preguntó si se cortaría la trenza por<br />

él, y ella dijo que sí, pero le advirtió en broma o en serio que en ese caso tendría que<br />

casarse con ella para cumplir la condición de la manda. Él llevó a la celda un cuchillo<br />

de cocina,y le dijo: «Veamos si es cierto». Ella se volvió de espaldas para que él<br />

pudiera cortar de raíz. Lo instó: «Atrévase». No se atrevió. Días después, ella le<br />

preguntó si se dejaría degollar como un chivo. Él dijo que sí con firmeza. Ella sacó el<br />

cuchillo y se dispuso a probarlo. Él saltó de terror con el escalofrío final. «Tú no»,<br />

dijo. «Tú no». Ella, muerta de risa, quiso saber por qué, y él le dijo la verdad:<br />

«Porque tú sí te atreves».<br />

74 Gabriel García Márquez<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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