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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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<strong>Del</strong>aura vio su encrucijada. Abrenuncio podía serle providencial, pero hablar con él<br />

podía tener implicaciones indeseables. El marqués pareció leerle el pensamiento.<br />

«Es un gran hombre», dijo.<br />

<strong>Del</strong>aura hizo un gesto significativo con la cabeza.<br />

«Conozco los expedientes del Santo Oficio», dijo.<br />

«Cualquier sacrificio será poco para recuperarla», insistió el marqués. y como<br />

<strong>Del</strong>aura no daba muestras de nada, concluyó:<br />

«Se lo ruego por el amor de Dios».<br />

<strong>Del</strong>aura, con una grieta en el corazón, le dijo:<br />

«Le suplico que no me haga sufrir más».<br />

El marqués no insistió. Cogió la maletita sobre la cama y le pidió a <strong>Del</strong>aura que se la<br />

llevara a la hija.<br />

«Al menos sabrá que pienso en ella», le dijo.<br />

<strong>Del</strong>aura huyó sin despedirse. Protegió la maletita bajo la capa y se envolvió en ella,<br />

porque llovía a mares. Tardó en darse cuenta de que su voz interior iba repitiendo<br />

versos sueltos de la canción de la tiorba. Empezó a cantarla en voz alta, azotado por<br />

la lluvia, y la repitió de memoria hasta el final. En el barrio de los artesanos dobló a la<br />

izquierda de la ermita, todavía cantando, y tocó a la puerta de Abrenuncio.<br />

Al cabo de un largo silencio, se oyeron los pasos cojitrancos, y la voz medio dormida:<br />

«¡Quién es!»<br />

«La ley», dijo <strong>Del</strong>aura.<br />

Fue lo único que se le ocurrió para no gritar el nombre. Abrenuncio abrió el portón<br />

creyendo que en verdad era gente del gobierno, y no lo reconoció. «Soy el<br />

bibliotecario de la diócesis», dijo <strong>Del</strong>aura. El médico le franqueó el paso en el zaguán<br />

en penumbra, y lo ayudó a quitarse la capa ensopada. En su estilo propio le preguntó<br />

en latín:<br />

«¿En qué batalla perdió ese ojo»<br />

<strong>Del</strong>aura le contó en su latín clásico el percance del eclipse, y se extendió en detalles<br />

sobre la persistencia del mal, aunque el médico del obispo le había asegurado que el<br />

parche era infalible. Pero Abrenuncio sólo le puso atención a la pureza de su latín.<br />

«Es de una perfección absoluta», dijo asombrado. «¿De dónde es»<br />

«De Ávila», dijo <strong>Del</strong>aura.<br />

«Pues más meritorio aún», dijo Abrenuncio.<br />

Le hizo quitar la sotana y las sandalias, las puso a escurrir, y le echó encima su capa<br />

de liberto sobre las calzas atascadas. Luego le quitó el parche y lo tiró en el cajón de<br />

la basura. «Lo único malo de ese ojo es que ve más de lo que debe», dijo. <strong>Del</strong>aura<br />

estaba pendiente de la cantidad de libros apelmazados en la sala. Abrenuncio lo notó,<br />

y lo condujo a la botica, donde había muchos más en estantes altos hasta el techo.<br />

«¡Espíritu Santo!», exclamó <strong>Del</strong>aura. «Esto es la biblioteca del Petrarca».<br />

«Con unos doscientos libros más», dijo Abrenuncio.<br />

Lo dejó curiosear a gusto. Había ejemplares únicos que podían costar la cárcel en<br />

España. <strong>Del</strong>aura los reconocía, los hojeaba engolosinado y los reponía en los estantes<br />

con el dolor de su alma. En posición privilegiada, con el eterno Fray Gerundio,<br />

encontró a Voltaire completo en francés, y una traducción al latín de las Cartas<br />

Filosóficas.<br />

«Voltaire en latín es casi una herejía», dijo en broma.<br />

66 Gabriel García Márquez<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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