Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO
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no hay duda, pues es Él en su diligencia infinita el que nos ha iluminado para<br />
brindarte este alivio».<br />
«Había querido sobrellevar mi desgracia en silencio», dijo el marqués.<br />
«Pues muy mal lo has logrado», dijo el obispo.<br />
«Es un secreto a gritos que tu pobre niña rueda por los suelos presa de convulsiones<br />
obscenas y ladrando en jerga de idólatras. ¿No son síntomas inequívocos de una<br />
posesión demoníaca»<br />
El marqués estaba espantado.<br />
«¿Qué quiere decir»<br />
«Que entre las numerosas argucias del demonio es muy frecuente adoptar la<br />
apariencia de una enfermedad inmunda para introducirse en un cuerpo inocente»,<br />
dijo. «y una vez dentro no hay poder humano capaz de hacerlo salir».<br />
El marqués explicó las vicisitudes médicas del mordisco del perro, pero el obispo<br />
encontró siempre una explicación a su favor. Preguntó lo que sin duda sabía de<br />
sobra:<br />
«¿Sabes quién es Abrenuncio»<br />
«Fue el primer médico que vio a la niña», dijo el marqués.<br />
«Quería oirlo de tu propia voz», dijo el obispo.<br />
Sacudió una campanilla que mantenía a su alcance, y un sacerdote de unos treinta<br />
años bien llevados apareció en el acto, como un genio liberado de una botella. El<br />
obispo lo presentó como el padre Cayetano <strong>Del</strong>aura, nada más, y lo hizo sentar.<br />
Llevaba una sotana casera para el calor y las barcas iguales a las del obispo. Era<br />
intenso, pálido, de ojos vivaces, y el cabello muy negro con un mechón blanco en la<br />
frente. Su aliento breve y sus manos febriles no parecían los de un hombre feliz.<br />
«¿Qué sabemos de Abrenuncio», le preguntó el obispo.<br />
El padre <strong>Del</strong>aura no tuvo que pensarlo.<br />
«Abrenuncio de Sa Pereira Cao», dijo, como deletreando el nombre. Y enseguida se<br />
dirigió al marqués: «¿Ha reparado, señor marqués, en que el último apellido significa<br />
perro en lengua de portugueses »<br />
En estricta verdad, continuó <strong>Del</strong>aura, no se sabía si aquel era su verdadero nombre.<br />
De acuerdo con los expedientes del Santo Oficio era un judío portugués expulsado de<br />
la península y amparado aquí por un gobernador agradecido, al que le curó una<br />
potra de dos libras con las aguas depurativas de Turbaco. Habló de sus recetas<br />
mágicas, de la soberbia con que vaticinaba la muerte, de su presumible pederastia, de<br />
sus lecturas libertinas, de su vida sin Dios. Sin embargo, el único cargo concreto que<br />
le habían hecho era el de resucitar a un sastrecillo remendón de Getsemaní. Se<br />
consiguieron testimonios serios de que estaba ya amortajado y en el ataúd cuando<br />
Abrenuncio le ordenó levantarse. Por fortuna, el mismo resucitado afirmó ante el<br />
tribunal del Santo Oficio que en ningún momento había perdido la conciencia. «Lo<br />
salvó de la hoguera», dijo <strong>Del</strong>aura. Por último, evocó el incidente del caballo muerto<br />
en el cerro de San Lázaro y sepultado en tierra sagrada.<br />
«Lo amaba como a un ser humano», intercedió el marqués.<br />
«Fue una afrenta a nuestra fe, señor marqués», dijo <strong>Del</strong>aura. «Caballos de cien años<br />
no son cosa de Dios».<br />
El marqués se alarmó de que una broma privada hubiera llegado a los archivos del<br />
Santo Oficio. Intentó una tímida defensa: «Abrenuncio es un deslenguado, pero creo<br />
Gabriel García Márquez 35<br />
<strong>Del</strong> amor y otros demonios