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Descargar - Viento Sur

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musulmanes puedan resurgir deforma<br />

espontánea. El cinismo y la corrupción de los<br />

políticos, la crueldad de los militares, el<br />

salvajismo de las bandas de forajidos y la<br />

codicia de los traficantes de armas, junto a la<br />

locura de gentes fanatizadas y la<br />

irresponsabilidad de muchos..., componen una<br />

amalgama que aboca a un fatalismo trágico.<br />

Algún ciudadano bosnio explicaba con un<br />

símil deportivo aplicado a la guerra que en<br />

Croacia se habían celebrado ya los cuartos de<br />

final de tal competición, en Bosnia se jugaba<br />

la semifinal y Belgrado seria reservada para<br />

la gran final. Premonición que, de cumplirse,<br />

cerraría el fatal círculo de la tragedia<br />

yugoslava.<br />

Quizá no haya que forzar mucho el<br />

acontecer histórico para conceder un valor<br />

emblemático a la batalla de Sarajevo de 1992.<br />

El atentado mortal contra el archiduque sirvió<br />

en su día de pretexto a las potencias centrales<br />

para desencadenar la Primera Guerra<br />

Mundial, la Gran Guerra, con su renovada<br />

capacidad tecnológica para matar, inició un<br />

punto de inflexión en la barbarie, industrializó<br />

la masacre y dejó aturdidos a los hombres<br />

ante su propio abismo. Sobre esta contienda,<br />

un lúcido y marginal pensador austríaco, Karl<br />

Kraus, escribía palabras que resultan<br />

proféticas en este convulso final de milenio:<br />

«Esta guerra no acabará con una paz, pues no<br />

se ha desarrollado en la superficie de la vida<br />

sino que ha asolado el interior mismo de<br />

ésta... Ha sido una mentira diaria de la que<br />

fluía la tinta de la imprenta como sangre, la<br />

una alimentando a la otra y separándose para<br />

crear un delta en el gran océano de la<br />

locura... Los últimos días de la humanidad son<br />

los primeros de un mundo en guerra perpetua.<br />

La guerra no acabará con la paz sino con la<br />

guerra del cosmos contra este planeta<br />

enloquecido».<br />

Cuando yo contemplaba, a través de los<br />

amplios ventanales del apacible y moderno<br />

hotel Holiday Inn de Sarajevo, donde almorcé,<br />

la bella panorámica de la ciudad que se<br />

extiende suavemente por el valle del Miljacka,<br />

en el mismo lugar desde donde hoy<br />

francotiradores sin escrúpulos disparan<br />

contra todo lo que se mueve a su alrededor,<br />

me sentía bien ajeno a que se estuviese<br />

gestando allí una nueva página de la historia<br />

universal de la infamia. Al recordar hoy a<br />

aquellas gentes serenas que caminaban por<br />

aquellos parajes románticos me resulta<br />

inevitable recordar las dramáticas palabras<br />

de otro fiel testigo del siglo XX, Albert Camus,<br />

que ojalá no tengan que ser aplicadas en el<br />

futuro a nuestro propio país: «Aquella<br />

muchedumbre dichosa ignoraba lo que se<br />

puede leer en los libros: que el bacilo de la<br />

peste no muere ni desaparece jamás, que<br />

puede permanecer durante decenios dormido<br />

en los muebles, en la ropa, que espera<br />

pacientemente en las alcobas, en las<br />

bodegas..., y que puede llegar un día en que la<br />

peste, para desgracia y enseñanza de los<br />

hombres, despierte a sus ratas y las mande a<br />

morir (y a matar) en una ciudad dichosa».<br />

En las postrimerías del siglo XX, parece que<br />

hay quienes están empeñados en acelerar el<br />

final de la Historia, pero la Historia no<br />

acabará con la destrucción de Sarajevo, como<br />

no acabó antes con la de Beirut. Su historia,<br />

su cultura y su dolor pertenecen ya al<br />

patrimonio universal de la humanidad, a la<br />

"memoria passionis " de los hombres. El<br />

bizarro himno nacional de la fenecida<br />

Yugoslavia terminaba con estas rotundas<br />

palabras: «Maldito sea el traidor a su tierra y<br />

a su propio país libre». Al unirme en el dolor<br />

al pueblo de Sarajevo y al resto de los pueblos<br />

balcánicos que sufren tan atroz asedio,<br />

desearía alterar la vibrante estrofa final en<br />

este otro sentido: malditos sean, más bien,<br />

quienes envenenan a los hombres y los<br />

arrastran a la guerra fratricida y a la muerte.<br />

Antonio Peregrín López de Hierro<br />

Madrid, junio de 1992.<br />

VIENTO SUR Número 3/Juniol992 117

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