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IV<br />
En los años sesenta hay una refundación de la identidad nacional vasca. Sin duda es<br />
fruto del cambio social que se da entonces, cuando muere definitivamente el mundo<br />
tradicional, el campesinado en masa se urbaniza y proletariza, llegan centenares de<br />
miles de inmigrantes, se produce un extraordinario cambio de mentalidades... También<br />
contribuye a ello la evolución del viejo nacionalismo, cuyas últimas andanzas -<br />
tras el Estatuto, la guerra y el exilio- le desvinculan del mundo tradicionalista del que<br />
no se había despegado antes. Y ambas cosas confluyen en una élite o una generación,<br />
variada en cuanto a su edad, que asume el reto de renovar la definición de la identidad<br />
vasca. La primera ETA es una parte pequeña de esa élite. Y también lo son los<br />
impulsores de ENBATA, la alternativa abertzale al otro lado del Pirineo. Una triple<br />
innovación caracteriza este replanteamiento. En primer lugar, hay una modernización<br />
de la definición. Desaparece de ella cuanto la vinculaba al mundo tradicionalista<br />
(y a menudo integrista) de Sabino Arana. La identidad se seculariza y se hace<br />
aconfesional. Al mismo tiempo se acepta, por otra parte, que se despoje del acento<br />
racial y del ruralismo.<br />
La exaltación del euskara como el elemento nuclear de la identidad vasca, aspecto<br />
ya muy presente en la literatura del exilio, es sin duda la principal innovación de este<br />
período. Esta idea fuerza: «sin euskara no hay pueblo vasco», resume la penosa<br />
situación lingüística (el euskara recluido al ámbito familiar y con muchísimas dificultades<br />
de reproducción) así como la vivencia angustiada por su posible desaparición.<br />
Finalmente, la nueva definición reivindica los componentes subjetivos de la identidad<br />
con un énfasis inusual hasta entonces. A tenor de esto, la nación es «la etnia<br />
concienciada» y todos los habitantes de Euskadi pueden conectar con la identidad<br />
vasca. Los nativos, descubriendo la conciencia nacional; los inmigrantes, si expresan<br />
la voluntad de integrarse en el pueblo vasco.<br />
Este replanteamiento hace que la identidad vasca adquiera un carácter más abierto,<br />
amén de darle una intención expansiva de la que carecía hasta entonces. Pero, junto a<br />
ello, hay otra cara más problemática: la reproducción de una frontera interior de difícil<br />
digestión para gran parte de la sociedad vasca real. El código de identidad sataniza<br />
el castellano como lengua extraña e invasora. Esta lengua, y en general los elementos<br />
de la cultura española presentes en Euskadi, no se justifican mas que transitoriamente<br />
y deben desaparecer con el tiempo. Al inmigrante no se le deja más que la salida de la<br />
asimilación. Por último, no es suficiente el vasquismo subjetivo; debe mostrarse además<br />
una identificación nacionalista y ser admitido por la comunidad abertzale. De<br />
mamera que esta renovación, aun siendo más incluyente, persiste de hecho en un<br />
código de carácter excluyente.<br />
A lo largo de los años setenta se pudo comprobar el triunfo de la identidad nacional<br />
vasca en el conjunto de la sociedad. En ello influyó decisivamente el peculiar clima<br />
de la última época de la dictadura, cuando la represión franquista dio un prestigio<br />
social a las reivindicaciones nacionalistas y atrajo la simpatía y la solidaridad de la<br />
mayoría de la población hacia todo lo vasco. En ese clima solidario, es cuando se<br />
impuso socialmente como la identidad válida y dejó de ser una identidad discutida y<br />
rechazada. Al menos públicamente.<br />
VIENTO SUR Número $/Jmiol992 71