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VI. Epílogo. ¿Es posible una mínima armonía<br />
Durante los últimos cien años hemos asistido a un conflicto, a veces sordo a veces<br />
virulento, por la identidad de la sociedad vasca. Este conflicto comenzó cuando una<br />
parte de ella, impelida por el cambio social, la codificó a la manera de un deber ser<br />
colectivo al servicio de la pretensión de hacer una sociedad distinta a la que se estaba<br />
imponiendo.<br />
Hay que admitir que, en parte, ha conseguido su propósito y en parte ha fracasado.<br />
De un lado, es impensable la sociedad actual sin la presión y la eficacia social de la<br />
identidad vasca. De otro, también se ha puesto de relieve el extremo contrario, esto<br />
es, que gracias a la presión de la sociedad se ha forzado un cambio importante en su<br />
definición durante los años sesenta.<br />
La pregunta, ¿quién hace a quién, tiene pues una respuesta clara. A lo largo del<br />
siglo, ambas cosas: identidad y sociedad se han modificado mutuamente. La sociedad<br />
ha cambiado mucho, si bien no ha ido en el sentido unidireccional que se pretendía<br />
desde los supuestos de la única identidad válida. En cuanto a ésta, también ha<br />
variado bastante, aunque no tanto como para dejar de tener el toque excluyente que<br />
percibe en ella una parte de la sociedad. Los términos principales del conflicto también<br />
están claros, según creo. Por resumirlo en una idea, lo fundamental reside en que<br />
sigue persistiendo una incomunicación y una lucha soterrada en lo relativo a la identidad.<br />
Lamentablemente sigue bloqueada en la repetición rutinarizada y en la<br />
realimentación sin fin de ese doble y viejo error que alguien ha personificado en<br />
Unamuno y en Arana.<br />
Desde un lado se insiste en la pluralidad y diversidad de la sociedad vasca. No se<br />
puede construir una identidad vasca, dicen, que no reconozca ese hecho, lo que parece<br />
muy razonable. El no reconocimiento de la pluralidad vasca, como un dato constitutivo<br />
de su realidad, es el escollo en el que se ha estrellado siempre la identidad<br />
nacional vasca. De ahí se derivan inevitablemente sus puntos más débiles: una definición<br />
de la realidad que borra de un plumazo todo rastro de diversidad actual o del<br />
pasado sea mediante la amnesia histórica o bien calificándola de extraña a lo vasco;<br />
la imposibilidad de concebir una Euskadi heterogénea; la hostilidad hacia el castellano,<br />
pese a ser la lengua materna de la mayoría; el prejuicio antiespañol... Hoy día, a<br />
mi juicio, este sigue siendo su déficit principal.<br />
Desde el otro lado se insiste en la marcha inexorable, desde hace un siglo, de un<br />
proceso de sustitución lingüística en favor del castellano y en perjuicio del euskara. Y<br />
en que sigue dándose una amenaza real de desvasquización. Y en que eso tiene difícil<br />
remedio mientras Euskadi forme parte de España. Y que no puede haber dos lenguas<br />
en el mismo territorio sin que una de ellas esté subordinada a la otra. Y que la pluralidad<br />
es el pretexto en el que se escudan, en el fondo, quienes han aceptado previamente<br />
que el euskara y la cultura euskaldún no pueden tener más que un desarrollo<br />
muy limitado...<br />
¿Se superará esa incomunicación ¿Se romperá la tendencia a la realimentación<br />
continua del conflicto ¿Será posible llegar a construir una identidad vasca en la que<br />
se reconozca el conjunto de la población<br />
A tenor de lo que se ve hoy día no caben unas expectativas optimistas, al menos a<br />
corto o medio plazo. La mucha estrechez de miras, un miedo exagerado al nacionalis-<br />
74 VIENTO SUR Número 3/Junio¡992