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Elementos nº 49. CIORAN - El Manifiesto

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personajes de la vida real que, orgullosos de<br />

su semblante lúcido, han de procurar<br />

mantener a diario su encomiable empeño de<br />

ser independientes, de no imponerse o dejar<br />

que les impongan cualquier tipo de<br />

limitación. Al hombre no unidireccional se<br />

le llamó humanista en el Renacimiento;<br />

Cioran, sin duda, rechazaría ese término con<br />

vehemencia, del mismo modo que es<br />

probable que se ría de quien intente<br />

encasillarle como reaccionario o escéptico,<br />

pagano u otras etiquetas.<br />

La independencia entendida como una<br />

progresiva eliminación de puntos de<br />

referencia es un ejercicio cuyos dolores<br />

nunca desaparecen, y es difícil evaluar hasta<br />

qué punto el resultado obtenido compensa<br />

el precio pagado. De todos los genios del<br />

siglo XIX, sólo Wagner y Goethe se lo<br />

montaron bien. Nietzsche, Hölderlin, Rilke y<br />

otros muchos sólo tienen de envidiables sus<br />

escritos. Y aunque todos ellos pudieran<br />

afirmar con Cioran que “nacer, vivir y morir<br />

engañados, eso es lo que hacen los hombres”, lo<br />

cierto es que ninguno de ellos alcanzó la<br />

pretendida independencia: acaso se<br />

aproximasen, unos más que otros, a esa<br />

posición superior, pero no se instalaron en ella<br />

con plenos poderes.<br />

<strong>El</strong> siglo XX quizá ofrezca sobre el siglo<br />

XIX la ventaja de que ahora resulte más<br />

tentador (aunque igualmente difícil) ser de<br />

verdad independiente. Pero todavía siguen<br />

exigiéndose “etiquetas”, “profesiones” u<br />

“oficios” a unos y otros. Desplegando una<br />

actitud sospechosamente próxima a la de<br />

esas visiones del Estado que aspiran a que<br />

nada en la Sociedad escape a su control, son<br />

mayoría quienes sólo se sienten cómodos<br />

con alguien o con algo cuando por fin han<br />

logrado clasificarlo, cuando le han asignado<br />

un título o concepto con arreglo al cual<br />

puedan regir su relación con el etiquetado.<br />

«Los hombres necesitan puntos de<br />

apoyo, quieren la certeza cueste lo que<br />

cueste, incluso a expensas de la verdad».<br />

<strong>El</strong> mediocre de nuestro tiempo procura<br />

quitar de su vista toto lo que no entiende.<br />

Todo lo que es incapaz de entender. “Yo soy<br />

contable”, “yo soy abogado”, “yo soy<br />

vendedor” (a veces, más de las que creemos,<br />

se recurre al eufemismo para dignificar un<br />

23<br />

oficio cuyas miserias bien se intuyen), tales<br />

son las declaraciones de fe obligadas en<br />

nuestros días.<br />

Que herejes como Cioran no confiesen al<br />

Santo Oficio Colectivo su título de<br />

dependencia o sus números de<br />

identificación social, les relegará<br />

irremisiblemente a la reprobación y aún al<br />

aislamiento general. Sólo despertarán la<br />

curiosidad de los menos, o la simpatía de<br />

otros pocos, pero deberán hacerse a la idea<br />

de ser siempre observados (e incluso<br />

juzgados) con el mismo furor crítico que se<br />

aplicaba antaño al pero de los herejes.<br />

La independencia es cara.<br />

Anti-Fausto<br />

Se ha hablado por ahí de Cioran como<br />

abanderado de la filosofía de la renuncia, de<br />

la “no-acción” y el desistimiento. Quienes de<br />

este modo pretenden emparejarlo con su<br />

maestro Buda, no omiten mencionarnos su<br />

“cuanto más se es, menos se quiere” o<br />

recordarnos como un chiste su cruda<br />

descripción del acto del amor según la cual<br />

éste sería “un intercambio entre dos seres de lo<br />

que no es sino una variedad de moco”. La<br />

relación entre Cioran y la idea de acción (o si<br />

se prefiere con el deseo) es una relación de<br />

conflicto.<br />

Nadie puede negar que el principio<br />

fáustico de la soberanía de la acción es<br />

opuesto al escepticismo feroz de quien llega<br />

a elevar la inacción a la categoría de divina. Y<br />

aunque la acción y el gusto por la acción son<br />

compatibles con la lectura de Cioran, ambos<br />

extremos son irreconciliables. Un libro de

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