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Elementos nº 49. CIORAN - El Manifiesto

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Ya lo dijimos pero hemos de subrayarlo:<br />

buscar una reflexión sistemática y rigurosa<br />

en torno a la filosofía de la Historia dentro<br />

del pensamiento fragmentario de Cioran es<br />

una empresa que sòlo un tarado mental<br />

estaría en disposición de acometer.<br />

Quien pretenda abordar el problema del<br />

“sentido” de la Historia a la luz de la<br />

perspectiva filosófica de este cátaro de la<br />

estética verbal tendrá que deshacerse de<br />

toda la catedral de los sacrosantos, plácidos<br />

y milenarios conceptos optimistas que la<br />

civilización occidental ha heredado de la<br />

filosofía china, hindú o griega.<br />

Indudablemente, Cioran es –tal como lo<br />

hemos acotado antes- un obseso del<br />

fragmento, de la sentencia breve. Un<br />

idólatra del anatema y del silogismo<br />

apocalíptico; de allì su asco y repugnancia<br />

intelectual por los tratados sistemáticos<br />

monumentales que pretenden, con la mayor<br />

inflexión teórica que se pueda imaginar,<br />

asignar a la Historia un estatuto teleológico<br />

capaz de expresarse por obra y gracia de<br />

una inexistente lógica inmanente a su vez<br />

determinada providencialmente. A ello le<br />

denominamos, vulgata idealista-metafísica.<br />

No menos deleznable le parece al<br />

escritor la actitud redentora de todos los<br />

proyectos “revolucionarios” que presumen<br />

postular y encarnar el “sueño humano” de<br />

una salida paradisíaca y para siempre<br />

armónica y feliz a la Historia. <strong>El</strong> rumano<br />

apàtrida convierte en objeto de encarnizados<br />

e iracundos ataques las ideologías, doctrinas<br />

y sistemas que desde el hombre neandertal<br />

hasta el vanidoso y ramplón homo sapiens<br />

se ha forjado con el fin de justificar y<br />

posteriormente ejecutar los màs<br />

abominables actos invocando el desteñido<br />

prestigio de “esa prostituta universal<br />

llamada Historia.”<br />

<strong>El</strong> mismo poeta de la degradación y la<br />

decadencia nos dice:<br />

“Que la Historia tenga un sentido, es<br />

algo que debería alegrarnos. Nos<br />

atormentaríamos acaso por una solución<br />

feliz del porvenir, por una fiesta final en la<br />

que nuestros sudores y desastres corriesen<br />

con todos los gastos? (...) La visión de un<br />

desenlace paradisíaco supera, por su<br />

absurdo, las peores divagaciones de la<br />

esperanza.”<br />

No obstante, a los marxistas y a los<br />

utopistas habría que recordarles la añeja<br />

frase del propio barbudo de Trèveris:<br />

“Quien quiera que realice un programa<br />

de sociedad futura es un reaccionario.”<br />

Los utópicos son asunto de Cioran:<br />

“Quienes usan el lenguaje de la utopía me<br />

resultan màs extraños que un reptil<br />

prehistórico.”<br />

He aquì, dos sentencias aparentemente<br />

análogas. Sin embargo, la profecía marxista<br />

sigue sustentando su pertinencia y estatuto<br />

de legalidad a partir del descubrimiento y<br />

dominio de las presuntas “leyes de la<br />

Historia”, del conocimiento científico de la<br />

causa final del devenir, de la historicidad<br />

“fundante” en oposición a lo històrico-dado:<br />

catecismo para uso de imbèciles.<br />

Habría que llevar el problema del<br />

“sentido” de la Historia hasta las màs<br />

extremas consecuencias; pues se trata de<br />

reinterrogarnos, ¿tiene la Historia algún<br />

sentido? Efectivamente, todas las filosofías<br />

que le asignan un sentido a la deriva<br />

humana se han esforzado por remediar la<br />

vida de todos. Todas las cosmovisiones<br />

historicistas aspiran redimir al hombre de su<br />

estado actual, “aspiran a ello hasta los<br />

mendigos, incluso los incurables: las aceras<br />

del mundo y los hospitales rebosan de<br />

reformadores. <strong>El</strong> ansia de llegar a ser fuente<br />

de sucesos actúa sobre cada uno como un<br />

desorden mental y una maldición elegida.<br />

La sociedad, (la Historia) es un infierno de<br />

salvadores.”<br />

En cuanto a nosotros, estamos hartos de<br />

tutores, ya no necesitamos intérpretes ni<br />

representantes; éstos últimos, mefíticos seres<br />

que invocan a los otros bajo el pretexto de<br />

una exangüe y anodina fe que sòlo opera<br />

para pronunciar de modo inflexible el<br />

“nosotros” como una simple especificidad<br />

de una tercera persona ajena a nuestras<br />

auténticas expectativas. Asì la falsa unidad<br />

del “nos-otros” olvida la diversidad, la<br />

otredad; en fin, el mismo carácter heteróclito<br />

de ese fantasma que unos y otros<br />

denominan Historia.<br />

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