Elementos nº 49. CIORAN - El Manifiesto
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6. La mirada de Esquilo<br />
Esquilo es una referencia a la tragedia<br />
griega. Cioran es, desde luego, un trágico.<br />
Esto es lo que tiene de antiguo. La existencia<br />
humana para él no es dramática, es trágica.<br />
<strong>El</strong> drama es cristiano y es moderno, es el<br />
Crucificado, es Hamlet debatiéndose entre<br />
actuar o no actuar. A Cioran no le gusta el<br />
cristianismo porque el drama que construye<br />
crea la ilusión del libre albedrío, de la<br />
redención. Le conmueve y le interesa<br />
Shakespeare, por supuesto, en su magnífica<br />
exposición de las pasiones humanas. Pero la<br />
duda no tiene sentido porque ya hemos<br />
perdido de entrada. Cioran, lúcido como<br />
Spinoza o como Nietzsche, es determinista.<br />
Somos lo que somos y no lo hemos elegido:<br />
nadie se libera de sí mismo. Pero hemos de<br />
cargar con nosotros mismos, con el maldito<br />
yo. Cioran no cree la alegría de Spinoza ni<br />
en la de Nietzsche. No hay Dios, esta<br />
Unidad de la que formamos parte, ni puede<br />
el hombre superarse a sí mismo. No hay<br />
futuro, no hay salida. La tragedia griega<br />
habla de la Moira, de esta lógica implacable<br />
de las cosas contra la cual ni los dioses<br />
pueden rebelarse. Esquilo habla del dolor,<br />
de esta evidencia de la vida humana de la<br />
que los filósofos no quieren hablar. Solo<br />
Schopenhauer y Nietzsche lo hicieron, como<br />
algo esencial de la vida humana. Pero<br />
Cioran nos recuerda sólo desde el dolor es<br />
posible el conocimiento, aunque Nietzsche<br />
nos advertía que el dolor nos hace más<br />
profundos pero no mejores.<br />
7. Un fragmento de lucidez<br />
Cioran es inclasificable. Trágico sin ser<br />
dramático. Entiende que el hombre no tiene<br />
sentido pero no hace una estética del<br />
absurdo. Tampoco se presenta como un<br />
profeta del nihilismo. Fiel a su estilo<br />
fragmentario, donde cada aforismo parece<br />
contener la totalidad de su pensamiento.<br />
Cioran, rara avis dentro de una extraña<br />
especie, la humana, nos legó aforismos<br />
certeros que nos llegan a lo más profundo<br />
porque él mismo los escribe desde sus<br />
profundidades. No es una profundidad<br />
erudita, no es una profundidad metafísica.<br />
Es la que surge del abismo, de lo que<br />
escondemos pero a pesar de todo<br />
expresamos. <strong>El</strong> saber que no sabemos, por<br />
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debajo de la superficie de la conciencia, de la<br />
razón. Tampoco es el inconsciente del que<br />
hablaban los psicoanalistas. Es la otra escena<br />
del yo, de la que nada podemos decir. Lo<br />
que escribe Cioran no procede del<br />
razonamiento, son explosiones de algo<br />
singular, de lo más propio que ni nosotros<br />
mismos conocemos. Pero si somos algo,<br />
somos esto. No la máscara del yo, esta pobre<br />
invención humana que cristaliza como un<br />
tótem que adoramos con nuestra estúpida<br />
vanidad.<br />
Pero estos fragmentos lo son de la<br />
experiencia, de una experiencia que no es<br />
gratuita. Nace del dolor, de una herida que<br />
nos impulsa, dice Cioran, a escribir, de una<br />
vitalidad misteriosa que nos empuja a<br />
expresarnos. Es como expulsar los<br />
demonios, como vaciarnos del veneno que<br />
nos corroe internamente. Pero ni tan sólo<br />
esto nos tranquiliza, porque el vacío de<br />
Cioran no es amable ni liberador. Solamente<br />
un deseo de lucidez, que ni siquiera nos<br />
consuela, nos conduce a leer a Cioran: cada<br />
aforismo es una flecha lanzada contra<br />
aquellas mentiras que nos ocultan la dureza<br />
de lo real.