Elementos nº 49. CIORAN - El Manifiesto
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Cioran es inimaginable en la mesa de un<br />
broker de Nueva York. Y a nadie se le<br />
ocurriría llevarse algo de Cioran a una<br />
regata de vela, una expedición al Himalaya<br />
o una escapada con una bella mujer recién<br />
conocida. Sin embargo, hasta los más<br />
asiduos amantes de la acción disponen de<br />
una excepcional actividad en la que nada<br />
desentonarían unas páginas del rumano: la<br />
travesía del desierto.<br />
<strong>El</strong> puñal apasionado<br />
No hay mejor receta que el<br />
“desapasionamiento” para “triunfar” en<br />
nuestra civilización. Habiendo adjurado de<br />
la ambición de “triunfar”, Cioran arremete<br />
con tanta pasión contra las criaturas de la<br />
ilusión como contra los subproductos del<br />
desapasionamiento. <strong>El</strong> coste, terrible, es su<br />
“fracaso” en el terreno de los valores vitales.<br />
Y Cioran exhibe con impúdica ostentación<br />
ese fracaso, hasta el punto de que parece<br />
querer insistirnos (sin convencernos, dicho<br />
sea en su elogio) de que nada hay, ni<br />
siquiera la publicación y hasta el éxito de sus<br />
obras, que compense este fracaso de quien<br />
llegó a proponer que “la auténtica elegancia<br />
moral consiste en el arte de disfrazar las<br />
victorias en derrotas”.<br />
<strong>El</strong> verbo de Cioran destila pasión por<br />
todas partes, e incluso una manifiesta<br />
vehemencia. “En la cólera uno se siente<br />
vivir”, nos advierte, pero más como consejo<br />
que como amenaza, pues “si ante la afrenta<br />
que nos fue hecha, reflexionando en las<br />
represalias hemos oscilado entre la bofetada<br />
y el perdón, esta oscilación, al hacernos<br />
perder un tiempo precioso, habrá<br />
consagrado nuestra cobardía. Es una<br />
vacilación de graves consecuencias, una falta<br />
que nos oprime, mientras que una<br />
explosión, aunque termine en algo grotesco,<br />
nos hubiera aliviado. Tan penosa como<br />
necesaria, la cólera nos impide ser presa de<br />
obsesiones y nos ahorra el riesgo de<br />
complicaciones serias: es una crisis de<br />
demencia que nos preserva de la demencia”.<br />
Un Cioran apasionado es el único<br />
contrapeso que él mismo haya podido<br />
inventar a la medida de unas proposiciones<br />
que (a los más) puedan parecer inhumanas.<br />
Pero además, su apasionamiento puede<br />
hasta ser un pretexto para regalar al lector<br />
24<br />
una justificación de actitud que, aunque<br />
reste soberanía al escritor, lo hace más<br />
accesible: “Es deshonroso, es innoble juzgar<br />
a los otros; sin embargo, es lo que todo el<br />
mundo hace y abstenerse equivale a estar<br />
fuera de la humanidad”.<br />
Un Cioran apasionado y conocedor de<br />
las fuerzas de toda pasión es el que cita al<br />
rey Menandro cuando pregunta al asceta<br />
Nogarena qué es lo que distingue al hombre<br />
sin pasión del hombre apasionado: “<strong>El</strong><br />
hombre apasionado, oh rey, cuando come<br />
gusta el sabor y la pasión del sabor; y el<br />
hombre sin pasión gusta el sabor pero no se<br />
apasiona por el sabor. Todo el secreto de la<br />
vida y el arte, todo lo de aquí abajo reside en<br />
esta pasión del sabor”.<br />
Y por la misma razón Cioran sabe<br />
buscar fuerzas en el enemigo, al que cuidará<br />
y procurará no perder, el que (una vez más,<br />
junto con Nietzsche), colocará en el mismo<br />
nivel cualitativo que al amigo, sólo el<br />
enemigo es digno de nuestro odio, el<br />
precioso odio, “que no es un sentimiento,<br />
sino una fuerza, un factor de diversidad que<br />
hace progresar a los seres a expensas del<br />
ser”.<br />
Nietzsche y Cioran<br />
Tras haber bebido hasta saciarse en las<br />
fientes de la filosofía. Cioran le de la<br />
espalda, pero sin abjurar del todo de ella:<br />
“No soy filósofo”, intenta decirnos,<br />
añadiendo además que las fuentes de<br />
cualquier escritor “son sus vergüenzas”<br />
(acaso consciente de que es fácil pillarle, el<br />
renuncio: Buda, los gnósticos, la mística y<br />
sobre todo Nietzsche, que es de quien más<br />
difícil resulta renegar). <strong>El</strong> parentesco de<br />
Cioran con Nietzsche es de esos que se<br />
ocultan sin dejar en el fondo de estar<br />
orgullosos de él. Ambos, hijos de<br />
predicadores, enfrentados a muerte contra la<br />
Cruz. Los dos autoproclamándose “nofilósofos”<br />
(Nietzsche prefería que le<br />
llamasen “psicólogo”, Cioran prefiere que<br />
no le llamen nada). Sus trayectorias vitales<br />
(separadas en el tiempo por algo más de<br />
medio siglo) son casi igualmente penosas.<br />
Aunque a Nietzsche nos lo imaginamos<br />
concibiendo sus escritos en largos paseos<br />
por los luminosos Alpes italianos (“sólo<br />
tienen valor los pensamientos caminados”) y