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Elementos nº 49. CIORAN - El Manifiesto

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cuya sabiduría es no convencional: “un<br />

barrendero sabe más de la vida que un<br />

filósofo”; y por eso mismo logran el acceso a<br />

la felicidad. Un escéptico que, sin embargo,<br />

no cesa de admirar. Ejercicios de admiración lo<br />

ponen contra la pared de sus dubitaciones;<br />

admira a Jorge Luis Borges, a Mircea<br />

<strong>El</strong>iade... a María Zambrano, a quien dedica<br />

palabras conmovedoras como éstas:<br />

“Quisiéramos consultarla en los momentos<br />

cruciales de una vida, en el umbral de una<br />

conversión, de una ruptura, de una traición,<br />

en la hora de las últimas confidencias,<br />

graves y comprometedoras, para que nos<br />

revele y explique a nosotros mismos, para<br />

que nos dispense, por así decirlo, una<br />

absolución especulativa, y nos reconcilie<br />

tanto con nuestras impurezas como con<br />

nuestros callejones sin salida y nuestros<br />

estupores.”<br />

Cioran el pensador, camina por una<br />

senda, la del asco a la gente y a sí mismo;<br />

Cioran, el hombre inmerso en su<br />

cotidianeidad, ¿por otra? Responde a las<br />

cartas de personas desconocidas, acepta<br />

entrevistas, se muestra compasivo; ofrece<br />

refugio a víctimas de la persecución durante<br />

la guerra; se ocupa de la suerte de sus<br />

sobrinos; derrocha gentileza, simpatía y<br />

humor cuando recibe visitas en su<br />

departamento de París, “ese cementerio<br />

bullicioso” que será su cárcel a partir de<br />

1937; disfruta ya las caminatas en el parque<br />

de Luxemburgo, ya las veladas con sus<br />

amigos. Piénsese lo que se quiera; él es así: si<br />

por un lado, nos dice que “los sentimientos<br />

entre amigos son falsos”; y por otro, confiesa<br />

su cariño hacia los suyos, como Samuel<br />

Beckett. Es contradictorio, pero nunca pierde<br />

la lucidez, ni siquiera en el enunciado de sus<br />

paradojas: “Que la vida no tenga sentido es<br />

una razón para vivir, la única, su realidad.”<br />

Si como pensador arroja sus flechas<br />

envenenadas, después, en su diario vivir, las<br />

recoge y las guarda. Así, no obstante que<br />

nos diga que “inclinarse hacia el bien es una<br />

aberración, una violencia con el ser”, si<br />

alguien lo consuma es por una especie de<br />

distracción del orden; pues bien, él acaba<br />

siendo un distraído, un hombre pleno de<br />

bondad, un hombre de luz, como suele<br />

decirse.<br />

Ya viejo, Cioran se deja retratar. Sus<br />

profundas arrugas deletrean un inmenso<br />

sentimiento de duelo. Viéndose tal vez en el<br />

espejo de Diógenes, en <strong>El</strong> ocaso del<br />

pensamiento (1940) se pregunta: “¿Qué habrá<br />

impulsado a Diógenes hacia la catastrófica<br />

ruptura del hechizo ingenuo, delicado y<br />

envolvente de la existencia? [...] ¿Qué<br />

consuelo le habrá faltado, qué caricias le<br />

truncaron, para separarle de la felicidad a la<br />

que debió ser sensible incluso si nació con<br />

vocación de réprobo?” Algo perdió también<br />

Cioran en el camino, como el entrañable<br />

cínico, como ¿las fresas salvajes del<br />

personaje de Bergman, el sombrero que<br />

guarda el patriarca deLa gata sobre el tejado<br />

caliente? ¿<strong>El</strong> trineo de <strong>El</strong> ciudadano Kane, de<br />

Orson Wells? Sí, algo que nada compensa.<br />

Ni los amores, ni la gloria, ni las cosas<br />

acumuladas en el desván de la memoria;<br />

algo que lo obliga a mirar hacia la nada,<br />

hacia las cenizas que son “el desenlace de<br />

todo”, y en lo que sustenta su humanismo al<br />

revés, su misantropía.<br />

Tal vez la clave esté en las últimas<br />

páginas de Ejercicios de admiración cuando<br />

nos dice: “Yo nací cerca de los Cárpatos y<br />

adoré el pueblo donde pasé mi infancia. A<br />

los diez años tuve que abandonarlo para ir<br />

al liceo de la ciudad. Fue una experiencia<br />

terrible que nunca olvidaré: el espectáculo<br />

de un animal llevado al matadero. Los<br />

condenados a muerte deben conocer<br />

sensaciones semejantes antes del suplicio<br />

final. Yo sabía que lo perdía todo, que era<br />

expulsado de mi propio edén y que no<br />

merecía ese castigo. Cuando pienso en ello<br />

tras una vida entera, me doy cuenta de que<br />

tenía razón de haber reaccionado así, que en<br />

el fondo la civilización es un error y que el<br />

hombre debería haber vivido en la<br />

intimidad con los animales, apenas diferente<br />

a ellos. En ningún caso debería haber ido<br />

más allá del estatuto del pastor. La<br />

conclusión de una vida se reduce a la<br />

constatación de un fracaso.” Pero ese<br />

fracasado, ese hombre que se consideraba<br />

un holgazán, alguien que no servía para<br />

nada ni quería servir para nada, nos ha<br />

dejado un testimonio tan cruel como<br />

grandioso, que perdurará con su lucidez<br />

mientras se prolongue la aventura del<br />

hombre.<br />

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