DOSIERLa edición y la imprenta de músicaDesde los orígenes a principios del siglo XXAntes de que en 1561 el rey Felipe II convirtiera Madriden capital de sus reinos, la pequeña villa no hablaaportado prácticamente nada a la historia polfticay cultural de España y, como se puede suponer, tampocoen el campo musical. Sin embargo, en ciudadesmás importantes, como Sevilla, Salamanca, Zaragoza, Toledoo Valladolid, por citar sólo las principales, se venía produciendodesde fines del siglo XV y principios del XVI una incipienteactividad de impresión y edición de obras musicales cuyo frutoera un valioso aunque corto número de libros litúrgicos,tratados teóricos y libros de polifonía y vihuela.Durante los dos siglos que duró la dinastía de los Austriasla edición musical se mantuvo en España dentro de límitesmuy modestos en cuanto al número de publicaciones, y siemprecentrada en el repertorio de músicos españoles o residentesen España, aunque a veces llegara a alcanzar notable difusiónfuera de nuestras fronteras. Lo cierto es que la ausenciade especial izadon y la falta de capacidad de nuestra imprentamusical (que no implican en absoluto baja calidad de sus producciones)la hacían poco competitiva y obligaban a numerososcompositores españoles a publicar sus obras fuera denuestro país, especialmente en los famosos talleres de Veneciay Roma. Si a esto añadimos que casi todos los grandes músicosespañoles ejercieron parte de sus carreras profesionalesfuera de la península, resulta que una proporción importantede nuestras fuentes musicales impresas de los siglos XVI yXVII fueron realizadas en el extenor y se conservan únicamenteen bibliotecas y archivos extranjeros.En este panorama poco lisonjero, si se compara con el deotros países europeos, el papel de la imprenta madrileña nofue tampoco especialmente relevante. Como en el caso deotras ciudades españolas, la historia de la imprenta musical enel Madrid de los Austrias no es más que el relato de unos pocosejemplos aislados que más pueden ser considerados excepcionesque reflejo de una actividad organizadaLos primeros impresos madrileños de música conocidossalieron de los talleres de Francisco Sánchez, supuesto autorde una discutida edición (1564) de Orpkenica Lyra de Miguelde Fuenllana y de la célebre colección de Obras de música paratecla, arpa y vihuela (1578) de Antonio de Cabezón, recopiladaspor su hijo Hernando, quien en mayo de 1576 cerró uncontrato con el impresor que se conserva en el Archivo deProtocolos de Madrid y contiene interesante información 1 .De 1598 es el libro Missae sex de Philippe Rogier, primerode los publicados por la Imprenta Real, «Typographia Regia» 1 ,que prolongará su actividad hasta mediados del siglo XVII yentre cuyas producciones se cuentan dos ediciones tardías, de1600 y 1605, de Tomás Luis de Victoria, el Líber primus missorum(1602) de Alfonso Lobo de Borja y el Libro de missas(1628) de Sebastián López de Velasco.De finales del siglo XVII, ya en el reinado de Carlos II. seconservan dos importantes libros de guitarra impresos en Madrid:Luz y norte musical de Lucas Ruiz de Ribayaz (1677) yPoema harmónico de Francisco Guerau, impreso por ManuelRuiz de Murga en 1694. Otra obra fundamental para el estudiode la guitarra barroca, el Resumen de acompañar la partecon la guitarra de Santiago de Murcia, vio la luz también ennuestra ciudad veinte años más tarde.Sin entrar en la confusa cuestión del privilegio otorgadopor Felipe II al impresor de Amberes Cristóbal Plantin para lapublicación de libros de rezo, que al parecer desató una polémicaque se prolongó durante casi dos siglos, pasaremos adescribir brevemente la actividad editorial del Madrid borbónico.En el Siglo de las Luces se produce una auténtica revoluciónen el campo de la edición y el comercio de música europeos.Diversos factores sociales potenciadores de un extraordinariodesarrollo de la actividad musical, unidos al avance técnicoque supuso la generalización del sistema de grabadocalcográfico, que posibilitaba un mayor volumen y economíade las tiradas, originaron desde 1750 una espectacular avalanchade decenas de miles de impresos musicales emitidos porlas prensas de Londres, París, Amsterdam. Berlín, Leipzig oVieraDesgraciadamente la situación española era muy distinta. Lavida musical seguía circunscrita en gran medida a los ámbitoseclesiásticos, en los que la difusión de la música se hacía a travésde copias manuscritas de circulación restringida. Por otrolado, los escasos profesionales y aficionados que practicaban lamúsica profana en círculos burgueses y cortesanos no representabanuna demanda suficiente para sustentar un negociomusical equivalente al de otros países.En Madrid se inicia el siglo con una novedad esperanzadora:la creación hacia 1700 de la Imprenta de Música de José deTorres, maestro de la Real Capilla y autor de algunas mejorasen el sistema de impresión tipográfica. De su más de medio siglode existencia conservamos alrededor de cuarenta impresos,alguno de ellos de excepcional importancia histórica, comolos Fragmentos músicos (1700) de Nasarre y los tratadosde Pedro Ulloa, Fernández de Huete, Martín y Coll y del propioJosé de Torres (Regías genero/es de acompañar en órgano,clavicordio y harpa, ! 702 / 1738), así como algunas piezas musicalessuertas, entre ellas el primer ejemplo de partitura dramáticaimpresa en España, Los Desagravios de Troya (1712) deMartínez de la Roca.Además de este primer proyecto de imprenta especializadase emprendieron en la corte otras iniciativas, relacionadasesta vez con la producción de ediciones calcografiadas. Frutode ellas son las Sonatas para violtn de Francisco Manart, grabadaspor Andrés Guinea en 1757, la célebre colección de trataditosmusicales del grabador Pablo Minguet e Irol a mediadosde siglo, los ocho preludios de Antonio Soler en su Uove demodulación {1762), primer ejemplo de música de tecla grabadaen España, las planchas realizadas a comienzos de los años setentapor el grabador madrileño Juan Femando Palomino y losToques de guerra de Manuel Espinosa, grabados en Madrid en1769 por Juan Moreno Tejada y que contienen una de las versionesmás primitivas del himno nacional español.Pueden citarse algunos ejemplos más, pero esto no debellevarnos a la conclusión errónea de que por fin se hubieraconsolidado una producción local estable y abundante de impresosmusicales, Muy al contrario, parece que en casi todoslos casos se trató de simples episodios esporádicos realizadospor grabadores de estampas no especializados. Además nosconsta el fracaso a finales del siglo XVIII de vanos proyectosde creación de estamperías musicales en Madnd por parte deartesanos e inversores franceses e italianos, poco conocedoresde nuestro mercado, e incluso un intento frustrado del encuaté?SCHERZO
MADRIDOBRAS DEMVSiC A P A R A T E C LA ARPA Yvihuclá,deAntoniodeCabe^on,Mu"icodclacamara y capilla del Rey Don Philippenueftro Señor.RfCOPILADASÍPVESTASINCIFRAPO*C. X. M. D I L IST DON—JJn SAf.Impnftu enHaJcidoitiiJ d* FrjncüeoSinihíi.A¿o d^.D.HUNAKDOdemador Gabriel Gómez, que aprendió el oficio y adquirió elinstrumental necesario en Londres y apenas pudo utilizarlopor falta de encargos.Llegamos en nuestro rápido recorrido al siglo XIX 3 , que incluyendolos primeros decenios del XX, ha constituido la auténticaedad de oro de la edición musical, por haber concurridoen él tres circunstancias favorables: la consolidación de redescomerciales especializadas en música, la introducción detécnicas como la estampación Irtográfica, que simplifican y abaratanla edición, y el gran aumento de la demanda social, comoconsecuencia de la extensión de la enseñanza musical entrelas clases burguesas emergentes. Los síntomas de este procesoempiezan a notarse en Madrid a partir de mediados desiglo, coincidiendo en el tiempo con la primera ley españolaque establecía derechos de propiedad intelectual para autoresy editores (1847). A medida que transcurre el siglo se va perfilandocada vez con mayor nitidez la figura del editor-almacenistacomo promotor de la actividad musical que interviene, aveces de forma dictatorial, en la relación entre el creador musicaly el público.Nada de esto habla sucedido todavía cuando en 1801 VicenteGarviso fundaba en la madrileña calle de Jacometrezo laImprenta Nueva de Música, quizá llamada así enmemoria de la que existo en el siglo anterior; deél conservamos nueve impresos muy singularesen el arcaico sistema de tipos móviles.Durante estos primeros años del nuevo sigloel comercio musical madnleño mantenía casi intactoel aspecto de relativa pobreza y atonía quesiempre lo había caracterizado. Al igual que en elsiglo anterior, gran parte de las transacciones serealizaban en librerías no especializadas y la ofertaestaba constituida principalmente por impresosimportados y copias manuscritas.No obstante, poco después de la Guerra de laIndependencia la situación empezó a cambiar graciasa la labor de Bartolomé Wirmbs* grabadoralemán establecido en la corte que consiguió elapoyo de la Sociedad Económica Matritense parala creación de una clase-taller de grabado musicaly que, con el aliento del conocido guitarrista FedericoMoretti, empezó a publicar en I 817 Lo lirade Apolo, primer ejemplo madrileño de colecciónperiódica de partituras, una fórmula editorial quese harta muy común a lo largo de todo el sigloXIX,La importancia trascendental de este personaje,editor y grabador al mismo tiempo, radica enque en sus años de actividad, que se prolongó almenos hasta 1837, consiguió por primera vez ennuestro país una producción sostenida y abundantede impresos musicales (en torno a novecientaspiezas) realizados según los modelos contemporáneoseuropeos (uso del número de plancha,etc.). En este precedente y en la escuela a laque Wirmbs dio lugar se asienta el auténtico surgimientode un comercio musical organizado enEspaña.Coincidiendo con la fundación del Conservatorioy la locura filarmónica despertada por laópera italiana, prosperaron hacia 1830 en Madridlos establecimientos de Luis Mintegui, AntonioHermoso, José León, Bernabé Carrafa y León Lodre,este último discípulo de Bartolomé Wirmbs;pero todavía habría que esperar casi dos décadaspara que la progresión a la que hemos aludidoadquiriera un ritmo acelerado gracias al impulso de nuevoseditores, entre los que debemos citar a Mariano Martín Salazar(autor de la edición de Lo lira sauu-bispana de H. Eslavaentre 1852 y 1860), Bonifacio Sanmartín Eslava, sobrino delcélebre músico, y sobre todo Antonio Romero y Andía y elfrancés Casimiro Martin Bessiéres. Estos dos últimos, que establecieronsus negocios musicales madrileños en 1856 y hacia1852 respectivamente, pueden ser tomados como prototiposdel empresario musical de la época, con vista de lince paraconseguir la propiedad de las zarzuelas de más éxito o para ficharal joven músico de talento, habilidades que les permitieronamasar considerables fortunas y alcanzar un alto rango social.Serta injusto no referimos aquí, aunque sea fugazmente, ala otra cara del negocio editorial, los artífices materiales detantos miles de planchas con zarzuelas y piezas de salón parapiano que llenaban los anaqueles de los establecimientos madrileñosde música del siglo XIX. Sus nombres, tímidamenteconsignados en letra pequeña y en lugar poco visible, se repitenuna y otra vez y resultan harto familiares a quienes manejanestas partituras: Santiago Mascando, José Lodre y Barba, JoséCarrafa, Pascual Santos González, Serapio Santamaría (cu-SCHERZO 119