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Scherzo. Núm. 66

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ACTUALIDADUna estrella en SevillaEn el firmamento sevillano de laExposición Universal, donde astrosy cometas se suceden conuna rapidez vertiginosa, la Met ha bnlladohasta el deslumbramiento en su tripleaparición. La primera con Un bailo inmasckera de Vendí, bajo la dirección deJames Levine y puesta en escena de PieroFaggloni. Contaba además con unatractivo reparto: Plácido Domingo(Gustavo III). Aprile Millo (Amelia), JuanPons (Anckarstron). Florence Quivar(Ulrica) y Harolyn Blackwell (Osear).Había verdadera expectación, y los espectadoresvieran cumplidos sus deseosde principio a fin. El Vendí de Levine fueserio, sobrio y profundamente comunicativo.Ejemplar el acoplamiento entreel foso y el escenario, entre los instrumentosy la palabra, entre la música y elteatro. Tras la desventurada Carmen y ladesafortunada Favorita, el público tuvola oportunidad de asistir a una verdaderarepresentación operística, el espectáculomás completo de la cultura occidental.Domingo, en conjunto, supotransmitir cuanto de generosidad e Intimatortura caracteriza a su personaje.Su voz llegó con fuerza y nitidez a losoídos y al corazón, pera también en algúnmomento, como en Forse la sogliaattinse, hubo ciertas sombras que puedenllegar a ser preocupantes. AprileMillo, prácticamente inadvertida en elpnmer acto, se creció en su actuaciónen el segundo (espléndida en el dúo deamor con Domingo) y cosechó los máscálidos aplausos en su aria del tercero.Juan Pons estuvo seguro a lo largo detoda la obra, aunque la pasión de loscelos debería haber estado más presenteen las escenas finales. La Ulrica deFlorence Quivar no dejó de ser expresivaen las difíciles fronteras infernales, ytal vez la sorpresa de la noche fue lacristalina voz de Osear, la de la jovensoprano Harolyn Blackwell, transida deternura y agilidad. Los otros cantantes,el coro y bailarines contribuyeron a queel espectáculo culminase en el deslumbrantebaile final que quedará para elrecuerdo.Hubiera sido deseable que la segundaaparición de esta estrella, con el Fideliode Beethoven, lo hubiese hecho escénicamente,pero no fue asi, sino en versiónde concierto. Ei hecho desconcertóa muchos, e incluso la critica lo calificóde «fraudulento», y si musicalmente estuvolejos de serlo, pues fue tambiénmemorable, por el precio de las entradas(como si de una representación setratara) la calificación no iba descaminada.No hubo un lleno total, como el díaprecedente, pero el público que asistiópronto olvidó la carencia de escenografía,subyugado por el ímpetu que supoimprimir a la orquesta el joven directoralemán Christof Perick. A medida quefueron actuando los solistas en una tarimaa la izquierda y detrás de la orquesta,la emoción fue haciéndose mayor. Fueun conjunto excepcional: Alian Glassman(| aquí no), Marie McLaughlin (Marzelline),Matti Salminen (Rocco), Gabriela Benacková(Leonore), Ekkehard Wlaschiha(Don Pizarro), Michael Forest (Primerprisionero), Dwayne Croft (Segundo prisionero),Gary Lakes (Florestán) y RenePape (Don Femando). El solo de trompeta,en el extremo opuesto al escena-Ptóado Domingo y pon Pons en un Bdto in mascherario, corrió a cargo de Meívyn Broiles, y elcoro fue dirigido por Raymond Hugues.El Fidelio de ese primero de junio en elMaestranza no sera fácil de olvidar esemensaje moral, tan lleno de esperanza eilusión, es más que nunca necesario paralos anodinos tiempos que vivimos. Desdeel fracaso, desde el amor por la obrabien hecha, Beethoven escribió en lamemoria de la humanidad una lecciónde idealismo.La úttima aparición de la Metropolitancontaba nuevamente con su titulanLevine. Se le habla reconocido comoun gran director en el foso y se le esperabacon interés al frente de unaprogramación de inusitada intensidad:Cuadros de uno exposición de Mussorgski,en la pnmera parte, y La consagraciónde la primavera de Stravinski y elBolero de Ravel en la segunda La calidadde la Orquesta y el dominio queejercía sobre ella su director llamarande inmediato la atención de los oyentes.La ejecución de los Cuadros fuedesde el punto de vista técnico impecable.La instrumentación raveliana parecíaestar hecha para una orquesta deesas características. Sin embargo, la versiónde Levine en esta primera parteno significó ninguna revelación. Su medidacomo director sinfónico fue muchomás allá con La consagración, en laque s( se reveló como uno de aquellosque han penetrado en los secretos delritmo. El misterio, el salvajismo, lo te-rreno y sagrado, todo ese ritual fue dichocon una precisión y una potenciaen verdad poco usuales. Tras eso, resultabadifícil oír una nueva pieza, y másaún si se trataba de una tan singular comola de Ravel. Levine esperó unosinstantes y comenzó ese ntmo que nocesaría hasta el final. Todo salió limpio,pero tal vez no era el momento másadecuado.Tres apariciones que posiblementeno volveremos a contemplar en el cielosevillano, pero siempre existe la oportunidadde ir hacia las estrellas, si éstas novienen hacia nosotros.Jacobo Coruñés42SCHERZO

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