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De la vida y del folclore de la frontera - Folklore Tradiciones

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pana<strong>de</strong>ría; es tan preciosa. El pana<strong>de</strong>ro sonrió y le dio a Pedro Mau<strong>la</strong>s unabolsa con seis panes birotes.Siguió su camino Pedro Mau<strong>la</strong>s sorteando palofierros, esos árbolesdurísimos que revientan estufas <strong>de</strong> leña si se atiza con ellos. Aromáticasvinoramas tupidas <strong>de</strong> minúscu<strong>la</strong>s flores amaril<strong>la</strong>s le sonreían. Cruzó poramplios espacios alfombrados por hediondías, esa mata también l<strong>la</strong>madagobernadora porque se impone a otras p<strong>la</strong>ntas y no hay animal que se <strong>la</strong>coma. Contempló a su paso enormes sahuaros, cuyos brazos expresanmúltiples imágenes, sin parar en lo obsceno. Evadía nopaleras sospechosas<strong>de</strong> dar asilo a víboras gangreneras, monstruos <strong><strong>de</strong>l</strong> gi<strong>la</strong> y otras alimañasque en acción <strong>de</strong>fensiva suelen ser perversas. Allá iba salvandoprominencias <strong>de</strong> piedras, sambreando <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> palover<strong>de</strong>s entre voces <strong>de</strong>tecolotes, coyotes, y <strong><strong>de</strong>l</strong> viento que torna parloteros a los ramajes,cañadas, arroyos y <strong>la</strong>s mismas arenas muertas. <strong>De</strong> pronto se encontró con unviejo raro al que le bril<strong>la</strong>ba el alma en <strong>la</strong> cara y <strong>la</strong> alegría en losdientes. Tengo hambre, hijo, dame <strong>de</strong> tu pan. «¿Quién me puso enfrente aeste viejo hambriento?» Pedro le dio un trozo <strong>de</strong> pan al viejo. Trascendíaalgo hermoso <strong>de</strong> <strong>la</strong> mirada <strong><strong>de</strong>l</strong> venerable. Pese a su egoísmo, Pedro Mau<strong>la</strong>sse sentía dominado por impulsos <strong>de</strong> generosidad. Dame más, hijo, qué buenoestá. «Viejo tragarreses, se va a comer hasta <strong>la</strong> bolsa». Dame más, hijo,más, más. Pedro Mau<strong>la</strong>s se quedó con <strong>la</strong>s manos vacías y un sentimiento <strong>de</strong>mucho <strong>de</strong>sconsuelo. «Este viejo mañoso se tragó mi comida <strong>de</strong> dos semanas».<strong>De</strong> pronto, Pedro se fijó en <strong>la</strong> bolsa. ¡Rebosaba <strong>de</strong> pan! Pedro Mau<strong>la</strong>s locomprendió todo y se hincó <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> Dios. Pero si eres tú, Señor,bendito seas. ¿Por qué has sido bueno conmigo? Hijo, serás mi ayudantemientras an<strong>de</strong> en este p<strong>la</strong>neta. ¿Qué haré yo, Señor? Cuando lleguemos a unpueblo, tú me anunciarás; gritarás por <strong>la</strong>s calles con toda tu alma paraque se junten todos los viejecitos. ¿Los viejecitos, Señor? Sí, vengo arejuvenecerlos. Me han conmovido los ancianos. Son ellos los únicos que merezan. Los <strong>de</strong>más no quieren acordarase <strong>de</strong> Mí. Vengo, pues, a premiarlos.Dios y Pedro Mau<strong>la</strong>s llegaron a Magdalena. Más pronto que inmediatamente sepusieron a construir un horno muy gran<strong>de</strong>. Por cada piedra que acarreaba ElMau<strong>la</strong>s, se sumaban cien en <strong>la</strong>s pare<strong>de</strong>s. Como combustible entreveraron leñay boñiga seca entre piedras redondas <strong><strong>de</strong>l</strong> río. Ya, ya está listo, anda, ve,hijo. Salió Pedro Mau<strong>la</strong>s gritando a todo pulmón. ¡Vengan! ¡Vengan todoslos viejecitos! Aquí está el Rejuvenecedor! ¡Que no que<strong>de</strong> chicharraencerrada! ¡Vengan, ora es cuando!Para qué <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong> don<strong>de</strong>quiera llegaban docenas <strong>de</strong> rucos, quienes <strong>de</strong> 90años, quienes <strong>de</strong> más <strong>de</strong> cien. Unos llegaban en brazos <strong>de</strong> familiares: unpuño <strong>de</strong> huesos huecos y un chiflido <strong>de</strong> resuello, otros traqueteando losbastones entre <strong>la</strong>s piernas zambas. Ya <strong>la</strong>s piedras <strong><strong>de</strong>l</strong> horno estaban bienrojas y <strong>de</strong>stel<strong>la</strong>ban l<strong>la</strong>maradas b<strong>la</strong>nquizcas. Ante <strong>la</strong> bocaza <strong><strong>de</strong>l</strong> hornoestaban los 72 viejos. Se oían los l<strong>la</strong>ntos atoleros <strong>de</strong> los viejosaterrorizados. Los familiares se arrancaban <strong>la</strong>s uñas a fuerza <strong>de</strong>mordiscones. Se <strong>de</strong>smayaban, se untaban alcohol, gritaban histéricos. Elmero instinto <strong>de</strong> conservación les impedía a los añosos echarse a <strong>la</strong>sbrasas. Para esto Pedro Mau<strong>la</strong>s tenía aparte un horno muy pequeño y en susbrazos un gato cegatón y tullido, lleno <strong>de</strong> sarna y boludo <strong>de</strong> tan viejo queestaba. Lo echó al pequeño horno Pedro Mau<strong>la</strong>s. Al gato no le valieronbrincos ni maullidos. Su carne se hacía bo<strong>la</strong>s, luego se estiraba, un

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