Excodra XXX: La danza

ese trayecto, la muerte siempre nos acompaña. Tal vez bailemos para
conjurarla, o tal vez bailemos para celebrarla. Lo cierto es que, como
escribió Georges Didi­Huberman, bailamos para estar juntos. Bailamos
para, en esos momentos, como en todos, no estar solos. Bailamos para
acercar nuestro cuerpo al de los demás. Bailamos para buscar consuelo
o para celebrar, siendo, a la vez, el nuestro, el más solitario y el más comunitario
de los cuerpos que danzan. Bailamos para abandonarnos a lo
que sea que tenga que llegar. Lo demás es silencio.
¿Bailar en un funeral? Una vez, hace ya tiempo, vi bailar junto a un
féretro. Qué mejor modo de acompañar a los presentes en tal tránsito.
Qué mejor modo de hacerles comprender y compartir el cuerpo que se
escapa. Qué bella forma de comulgar con ellos.
Siguiendo este camino: ¿La danza y el miedo, en qué punto se
conectan?
Pina Bausch les decía a sus bailarines que la vida no es lisa y tranquilizadora
como una pista de baile. Durante su infancia ella lo veía
todo desde debajo de las sillas del café de su familia. Bajo las sillas se
refugiaba, como a la espera. Y desde ese refugio ella lo registraba todo
para luego poder entornar los ojos, cerrar los párpados y bailar traspasando
los obstáculos. Bailar alejando de sí el dolor y la soledad. Poder
decir y bailar con el gesto esa soledad y ese dolor tan acuciantes. Conjurar,
de nuevo. El miedo, tal vez. Temor y temblor. Convulsión y espasmo.
Como tensado y destensado, alternativamente, el músculo a la
espera.
¿Qué simbología encuentras entre la danza y el ritual?
Hay ya todo un ritual en el hecho de entrar a escena o salir de ella.
Las tablas son un lugar de celebración, de comunión con el público. El
pie desnudo se posa en el suelo para luego elevarse. Se sacraliza el espacio,
se supera esa cancela invisible que separa al espectador del eje­
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