Excodra XXX: La danza

8 gramos
José G. Cordonié
Que todo en esta vida es un puto baile.
Que las estrellas que veo a través de la ventana danzan. O que quizá
sea el tintineo de su luz lo que hace que parezca que bailen. Y que genera
la sensación de movimiento.
El cielo es negro como una sombra. Y la titilación las estrellas da la
sensación de un baile. Allí arriba, más allá incluso de la luna carcomida
que trata de alumbrar tímida la noche con su espalda menguada. Un
baile —me digo mientras saco un cigarrillo del paquete arrugado y lo
llevo hacia la boca hasta dejarlo colgado de los labios. Una puta danza
ancestral. Primitiva. Inmediata. Un equilibrio atávico del instinto, un
ritmo en la piel y en la carne y en los huesos. Un impulso impensado en
la caótica parábola del tiempo. La curvatura del espacio donde las estrellas
bailan. Danzan. Y toda esa luz en los ojos de ella es un solo punto.
Y ese punto de luz es un universo y es un infinito, sin principio ni
fin, un pozo donde todo empieza y donde todo acaba. El Principio y el
Fin que aúnan la Nada y el Todo. Bailan sus pupilas la noche. Baila su
cuerpo frente a mí, que es más que carne y hueso, mientras mis ojos dibujan
espirales sobre su piel. Todo está allí reunido, la estela del tiempo
imposible concentrado en momentos ancestrales y en sueños de
ciencia­ficción. Y todo es ahora baile.
Un baile anónimo, de un hombre y una mujer sin más, sin nombres,
porque a nadie le importa un nombre cuando no se ha de recordar jamás.
Un nombre que, si se escucha, se trata de olvidar de inmediato.
Por esa razón nunca me he quedado con los nombres de las mujeres a
las que he follado o el de los hombres a quienes he tenido que matar. Y
por eso mismo tampoco os diré mi nombre.
Llevo años olvidando nombres. Nombres de personas de las que sólo
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