Excodra XXX: La danza

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Maica Bermejo Miranda
Como cada mañana al abrir los ojos, en la cabeza de Ernesto se
pone en marcha el disco duro. Las notas de una canción se abren paso
por encima de cualquier pensamiento, de cualquier ruido externo, haciendo
aflorar en su cara una sonrisa. Se incorpora en tiempos, dejando
que las articulaciones encuentren acomodo. Una vez erecto contempla
la imagen que le rebota el espejo. El cuerpo esbelto, la mirada felina,
los brazos prestos a elevarse en el aire. Sin dejar de observarse inicia
movimientos que siguen la música que brota en su cerebro. Hecho un
torbellino se desplaza por la habitación percutiendo con las manos en
los muebles que encuentra a su paso, enganchado a su propia armonía
se agita, trepida, zapatea y en la última cabriola se deja caer de nuevo
en el lecho.
Denisse se impulsa, tiembla, vibra. Su figura menuda se desprende
del círculo y avanza con movimientos convulsos al compás de los tambores
que martillean su ritmo candente. Desmadejada se enrosca en las
ondas casi físicas que transmiten los bongós. Hay un movimiento de ola
en el círculo de figuras que rodean el cuerpo de ébano roto por el ritmo.
La espiral se acelera y con ella los hombros, las piernas, las manos,
el torso. Las caderas se deshacen en giros desguazados, puro son que
atraviesa su piel como una lanza. En el solar derruido se entretejen los
sueños ¡Danza! ¡Danza mulata en la noche caribeña! Pura cadencia,
puro instinto, sangre Yoruba palpitando por sus venas.
Alicia, tenaz, continúa los giros. Uno, dos, tres, cuatro. Vista desde
fuera da la sensación de que lo hace sin esfuerzo. De eso se trata, de
transmitir naturalidad en cada uno de sus gestos. Repasa las posiciones,
primera, segunda, tercera, cuarta, quinta. Apoyada en la barra ejecuta
varios pliés que alterna con algunos relevés, después intenta un gran
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