Excodra XXX: La danza

con una mueca de lujuria mientras se baja despacio las bragas y yo la
cremallera del pantalón, pero no existe un gesto que sea capaz de cambiar
una nostalgia traumática como la suya. Se acerca y hago que se detenga
y se arrodille frente a mí.
Antes de que ella empiece, me tumbo sobre la cama y cambio la música
de mi móvil.
Suena Higgs Boson Blues de Nick Cave & the Bad Seeds.
«No puedo recordar nada en absoluto. Árboles en llamas en línea en la
calle. No puedo recordar nada en absoluto. Pero conduzco mi coche hacia
Ginebra».
Cindy, la gatita mojada, sigue contoneándose de rodillas frente a mí
y sus labios y su lengua danzan. Noto el ansia dulce en su lengua, que
parece prensil, y la cadencia de sus movimientos rítmicos. Arriba y abajo.
Abajo y arriba. Se mueve al ritmo de la canción. Cierro los ojos e
imagino la habitación de este puto motel ardiendo por el calor que empiezo
a sentir en mi interior y que tengo la sensación de que sale de mi
cuerpo por cada uno de mis poros arrasándolo todo. La música de Cave
me detona en la cabeza convirtiéndose en esas imágenes de llamas,
como si ahora el motel fuese el mismo Infierno donde yo fuera un ángel
con sus alas ardiendo y derritiéndose, como si frente a mí el propio
Robert Johnson, de quien habla la canción, tocase su guitarra de diez
dólares para seguir esa melodía que progresa en mi mente sobre la que
se ha extendido, como si fuese una telaraña, un pentagrama de fuego
donde cada nota arde ante la mirada atenta del diablo.
Mi mente baila. La gatita baila.
Todo en esta vida es un puto baile.
«¿A quién le importa lo que depare el futuro? Una larga carretera negra,
y conduzco y conduzco. Llego a un cruce. La noche es cálida y oscura.
Veo a Robert Johnson con una guitarra de diez dólares a la espalda buscando
su melodía».
Abro los ojos mientras el ritmo de la boca de Cindy no se detiene. La
miro y veo su cabeza moviéndose junto a la mesilla, donde se encuentran
vacías las ocho botellitas de licor del mini­bar y mi revólver y el
cargador de seis balas, que esperan a que llegue el momento de ejecu­
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