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Un Final Perfecto - John Katzenbach

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acometer sus muertes. Hay que explicar por qué. En el cuento, el lobo no solo<br />

quiere una buena comida cuando acecha a Caperucita Roja por el bosque. Podría<br />

saciar su hambre en cualquier momento. No, su verdadera inanición es muy<br />

distinta y debe abordarse con intensidad.»<br />

El Lobo volvió a vacilar. Había oscurecido en el exterior, la tarde había dado<br />

paso a la noche y esperaba que la señora de Lobo Feroz llegara a casa en breve.<br />

Hacía lo mismo todos los días, justo poco antes de las seis de la tarde soltaba un<br />

alegre « ya estoy en casa, cariño» al cruzar la puerta de entrada. El Lobo nunca<br />

respondía de inmediato. Le permitía unos momentos para que observara que su<br />

abrigo colgaba del perchero habitual, su paraguas en el soporte del vestíbulo y los<br />

zapatos quitados por consideración junto a la entrada del salón, sustituidos por<br />

unas zapatillas de piel abiertas por detrás. El par de ella, igual que los de él, la<br />

estaría esperando. Entonces ella pasaría de puntillas junto a la puerta cerrada del<br />

despacho, aunque llevara las bolsas de la compra y le fuera bien que la<br />

ay udaran. Sabía que se dirigiría de inmediato a la cocina a preparar la cena. La<br />

señora de Lobo Feroz consideraba que asegurarse de atiborrarlo era un elemento<br />

clave para alimentar el proceso de escritura. Él no se mostraba en desacuerdo.<br />

Así pues, en cuanto oía el estrépito de los cacharros en la cocina mientras<br />

preparaba la comida, gritaba una respuesta, como si no la hubiera oído entrar.<br />

—¡Hola, cariño! ¡Enseguida salgo!<br />

Sabía que su mujer disfrutaba con aquel aullido desde detrás de la puerta del<br />

despacho, así pues la saludaba de este modo independientemente de su estado de<br />

ánimo o de la situación que se estuviera desarrollando en la página que tenía<br />

delante. Podía estar escribiendo sobre algo tan mundano como el tiempo o algo<br />

tan electrizante como el método elegido para matar. Daba igual. Él seguía<br />

alzando la voz para que ella le oy era. Decían las mismas cosas a diario.<br />

« ¿Qué tal el día?»<br />

« ¿Qué hay de nuevo en la escuela?»<br />

« ¿Has podido trabajar bien?»<br />

« ¿Te ha dado tiempo de pagar la factura de la luz?»<br />

« Tenemos que hacer unas cuantas cosillas en el patio.»<br />

« ¿Te apetece cenar comida china mañana?»<br />

« ¿Vemos una película en la tele esta noche o estás demasiado cansado?»<br />

« Este año quizá tendríamos que irnos de crucero. Hay muchas ofertas de<br />

viajes al Caribe. Hace meses que no nos tomamos unas vacaciones de verdad.<br />

¿Qué te parece? ¿Hacemos una reserva y empezamos a ahorrar?»<br />

El Lobo Feroz oy ó un traqueteo distante. Tenía que ser la puerta de entrada.<br />

Esperó y luego oy ó el saludo de rigor. Aquello marcaba el comienzo del proceso<br />

electrónico de cerrar todo aquello en lo que estaba trabajando y encriptarlo. De<br />

hecho resultaba innecesario. El tablón con fotografías y a resultaba lo bastante<br />

incriminatorio, información que le había proporcionado el agente. « A los

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