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Un Final Perfecto - John Katzenbach

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cuenta de que no había nada en el mundo más pernicioso que la incertidumbre.<br />

Había pasado por ello con la enfermedad y ahora se preguntaba si alguna vez<br />

podría volver a tomar la mano de su marido y estrecharla en la suya sin que la<br />

embargasen dudas persistentes y aterradoras.<br />

Y mientras este debate se lidiaba en su interior y hacía que casi se marease<br />

por la ansiedad, oy ó que decía:<br />

—Tenemos que hablar.<br />

Era como si alguien hubiese entrado en el salón y otra señora de Lobo Feroz<br />

hablase en voz alta, en un tono de voz siniestro y teatral, muy dramático. Quería<br />

gritar a esa intrusa: « ¡Mantén la boca cerrada!» y « ¿cómo te atreves a<br />

inmiscuirte entre mi marido y y o?» .<br />

El Lobo Feroz se volvió con lentitud hacia ella.<br />

—¿Hablar? —preguntó.<br />

—Sí.<br />

—¿Sucede algo? ¿Te encuentras mal? ¿Tengo que llevarte al médico?<br />

—No. Estoy bien.<br />

—Qué alivio. ¿Tienes algún problema en el trabajo?<br />

—No.<br />

—Bien, de acuerdo. Hablemos. Será otra cosa, supongo. ¿Qué te pasa?<br />

Parecía tan solo ligeramente confundido. Se encogió de hombros e hizo un<br />

gesto en su dirección, como invitándola a continuar.<br />

La señora de Lobo Feroz se preguntó qué aspecto tenía su rostro. ¿Estaba<br />

pálida? ¿Estaba surcado por miedos? ¿Le temblaba el labio? ¿Tenía un tic en el<br />

ojo? ¿Por qué no veía la angustia que ella sabía que llevaba como un traje<br />

llamativo de vivos colores?<br />

Pensó que era incapaz de respirar. Se preguntó si se iba a ahogar e iba a<br />

desplomarse en el suelo.<br />

—Yo… —se calló.<br />

—Sí. Tú, ¿qué? —respondió. El Lobo Feroz todavía parecía no darse cuenta de<br />

la terrible agonía que embargaba a su mujer.<br />

—He leído lo que estás escribiendo —añadió.<br />

La amplia sonrisa se borró rápidamente del rostro de su marido.<br />

—¿Qué?<br />

—Te dejaste las llaves del despacho cuando cambiamos de coche la otra<br />

noche. Entré y leí algunas de las páginas en el ordenador.<br />

—Mi nuevo libro —repuso.<br />

Ella asintió con la cabeza.<br />

—No tenías que haberlo hecho —declaró el Lobo Feroz. El timbre de su voz<br />

había cambiado. Ya no tenía un tono divertido; este había sido reemplazado por<br />

un tono uniforme y monótono, como una sola nota disonante en una melodía de<br />

piano desafinada que se toca una y otra vez. Había esperado que gritase

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