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Un Final Perfecto - John Katzenbach

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Movía la cabeza arriba y abajo en señal de asentimiento.<br />

—Así que —continuó hablando con voz suave, casi con las palabras sencillas<br />

que uno utilizaría con un niño—, todo lo que viste te preocupó, ¿no?<br />

—Sí.<br />

Se reclinó en el asiento.<br />

—Pero soy escritor —prosiguió, con una amplia sonrisa en su rostro—. Y a<br />

veces para dejar volar la creatividad tienes que inventar algo real. Algo que<br />

parezca que está sucediendo delante de tus ojos. Algo más real que lo real,<br />

supongo. Es una buena manera de decirlo. Este es el procedimiento. ¿Crees que<br />

es así?<br />

De nuevo temía ahogarse.<br />

—Supongo que sí —repuso lentamente la señora de Lobo Feroz. Se secó<br />

algunas de las lágrimas en el rabillo del ojo—. Quiero creer… —empezó a decir<br />

pero se detuvo bruscamente. Volvió a respirar hondo. Se sentía como si estuviera<br />

debajo del agua.<br />

—Piensa en los grandes escritores Hemingway, Faulkner, Dostoievski,<br />

Dickens… o los escritores actuales que más o menos nos gustan como Grisham y<br />

Connolly y Thomas Harris. ¿Crees que eran diferentes?<br />

—No —contestó dubitativa.<br />

—Lo que quiero decir es que, ¿cómo inventas a un Raskolnikov o a un<br />

Hannibal Lecter si no te metes completamente en su piel? Si no piensas como<br />

ellos. Si no actúas como ellos. Si no dejas que se conviertan en parte de ti.<br />

El Lobo Feroz no parecía que quisiese una respuesta a su pregunta. Su esposa<br />

se sintió vapuleada de un lado a otro por la incertidumbre. Lo que le había<br />

parecido tan obvio y aterrador cuando invadió su despacho, ahora parecía algo<br />

diferente. Cuando leyó la novela que estaba escribiendo, ¿y a se había acercado a<br />

ella con sospechas o de forma ingenua e inocente? De pronto, se recordó sentada<br />

en la consulta médica austera y estéril, escuchando los complicados tratamientos<br />

y los programas terapéuticos, aunque en realidad solo oía las pocas posibilidades<br />

que tenía de vivir. Le parecía que toda esta conversación era igual. Tenía<br />

dificultad para oír cualquier otra cosa que no la reconfortase, aunque todo<br />

parecía volverlo más complejo. Pero al mismo tiempo, la señora de Lobo Feroz<br />

se agarraba a hilos de certeza. <strong>Un</strong>a sola voz aterrorizada gritaba en su interior y<br />

al final cedió y formuló la atrevida pregunta.<br />

—¿Has matado a alguien?<br />

Hubiese deseado poder convertir esta pregunta en una exigencia, como un<br />

fiscal cargado de ira justificada e insistencia en la verdad en un juicio de ficción,<br />

pero sentía que se deshacía. Qué fácil era ser dura y firme en el colegio con<br />

todas las peticiones estúpidas de adolescentes egoístas y privilegiados. Ser dura<br />

con ellos no era un reto. Esto era distinto.<br />

—¿Crees que he matado a alguien? —preguntó.

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