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Un Final Perfecto - John Katzenbach

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—Antes de que nos casásemos. Antes de conocernos.<br />

—¿Otras mujeres?<br />

—No, no, no…<br />

—Entonces, ¿qué otras?<br />

Hablaba con suavidad. Las palabras parecían flotar en el aire entre ellos,<br />

como nubes.<br />

—Las mujeres en los artículos de los periódicos.<br />

—¿Te refieres a los casos reales que utilicé para mis novelas?<br />

—Sí.<br />

—¿Qué pasa con ellos?<br />

—¿Las asesinaste? ¿Y después escribiste sobre ellas?<br />

El Lobo Feroz dudó. Señaló el sofá del salón, movió la mano para que su<br />

esposa ocupase su asiento habitual. Ella hizo lo que le indicaba, dejando que las<br />

preguntas reverberasen en la casa como un trueno lejano cuy o sonido disminuy e<br />

entre el martilleo de la lluvia. Cuando se sentó, incómoda, el Lobo Feroz se dejó<br />

caer en el sillón donde normalmente se sentaba por las tardes. Se reclinó, como si<br />

se relajase, pero miró hacia el techo como buscando orientación.<br />

—¿No tiene más sentido leer sobre esos casos y después escribir sobre ellos?<br />

—preguntó al final, bajando los ojos para fijarlos en los de ella.<br />

La señora de Lobo Feroz intentaba organizar sus pensamientos, comparaba<br />

las fechas de las muertes con las fechas de publicación, añadiendo el tiempo que<br />

tomaba escribirlas, el intervalo entre la complexión y la publicación. Todos los<br />

factores matemáticos implicados. No entendía por qué las fechas que estaban<br />

claramente grabadas en su memoria ahora parecían borrosas e ilegibles.<br />

—¿De verdad crees que he matado a alguien? ¿A cualquiera? ¿Crees que ese<br />

soy yo?<br />

No estaba segura. <strong>Un</strong>a parte de su ser quería decir sí. Pero otra parte no. Se<br />

encontró moviéndose hacia delante de forma involuntaria, de manera que estaba<br />

sentada al borde del sofá, casi a punto de deslizarse al suelo. Se sentía mal, tenía<br />

náuseas, la cabeza le daba vueltas y notaba un dolor inconexo por todo el cuerpo.<br />

El corazón le latía con fuerza, lo sentía empujando con furia contra su pecho y<br />

las sienes le palpitaban con un repentino y terrible dolor de cabeza. Tenía sed, la<br />

garganta reseca y de repente pensó: « Si me dice la verdad, ¿tendrá que<br />

matarme?<br />

» Quizás eso sería mejor.»<br />

—Por supuesto que no —repuso.<br />

El Lobo Feroz suavizó la mirada y contempló a su mujer de la misma<br />

manera que un niño miraría a un gatito. Su cabeza no paraba, en parte<br />

felicitándose y en parte pensando con rapidez nuevos planes. En primer lugar, le<br />

parecía que la conversación había ido exactamente de la forma que esperaba.<br />

No había sabido « cuándo» su mujer iba a tropezarse con su realidad, pero sí

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