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Un Final Perfecto - John Katzenbach

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El may or dilema del asesino —escribió ansioso el Lobo Feroz— es<br />

precisamente calcular el tipo adecuado de proximidad. Hay que estar cerca,<br />

pero no demasiado. El peligro radica en el viejo cliché: al igual que una mariposa<br />

nocturna hacia una llama, uno se siente atraído hacia la supuesta víctima. No te<br />

quemes. Pero la interacción es un elemento integral de la danza de la muerte. El<br />

deseo de escuchar, tocar, oler es abrumador. Los gritos de dolor son como la<br />

música. La sensación de cercanía a medida que se proporciona la muerte resulta<br />

embriagadora. Pensad en todos los elementos de una comida de gourmet, cada<br />

especia, cada mezcla de sabores y cada alimento se unen para formar una<br />

experiencia. Elaborar una cena de cinco estrellas no difiere de esculpir un buen<br />

homicidio.<br />

En el cuento, el lobo no se limita a acechar a Caperucita Roja por el bosque.<br />

Esa interpretación es demasiado simplona. Él está en su medio. Sus recursos<br />

duplican o quizá triplican a los de ella. Tiene una capacidad visual mayor. <strong>Un</strong><br />

sentido del olfato infinitamente mejor. Corre más que ella. Se adelanta a sus<br />

pensamientos. Está en su entorno, familiarizado con cada árbol y cada piedra<br />

cubierta de musgo. Ella no es más que una intrusa asustada, sola y muy alejada<br />

de su medio. Es joven e ingenua. Él es may or, más sabio y mucho más avezado.<br />

En realidad, el lobo podría matarla en cualquier momento, mientras tropieza<br />

impotente por entre las zarzas, espinas y sombras oscuras. Pero eso sería<br />

demasiado fácil. Convertiría la matanza en algo demasiado rutinario. Mundano.<br />

Él tiene que acercarse más. Tiene que comunicarse directamente antes de la<br />

muerte. Son esos momentos los que hacen que la experiencia de matar cobre<br />

vida. Orejas, ojos, nariz, dientes. Quiere oír el temblor de la incertidumbre en la<br />

voz de ella y notar el latido rápido de su corazón. Quiere ver cómo el pánico se le<br />

agolpa en la frente mientras va dándose cuenta de lo que está a punto de ocurrir.<br />

Quiere oler su miedo. Y, en última instancia, lo que quiere es sujetar toda la<br />

intimidad del asesinato en la garra… antes de probar lo que ha soñado y enseñar<br />

los dientes.<br />

Había estado tecleando a toda velocidad, pero mientras escribía la palabra<br />

« dientes» se recostó de repente en la silla de oficina y se agachó ligeramente.<br />

Se frotó las palmas abiertas contra los viejos pantalones de pana, notó los surcos<br />

cada vez menos marcados del tejido suave y creó calor de la misma manera que<br />

frotando dos palos se crea una llama. Deseó poder estar al lado de cada<br />

Pelirroja, justo en aquel momento para presenciar el impacto de la segunda<br />

carta. Era un deseo tan intenso que de repente le hizo ponerse en pie y dar unos<br />

cuantos puñetazos cortos y rápidos al aire vacío, como un boxeador que de<br />

repente ha lesionado a su contrincante y lo cerca mientras nota la debilidad y ve

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