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Un Final Perfecto - John Katzenbach

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—Estoy muerta —repuso Sarah con crudeza sin apartar la vista del Lobo.<br />

Miró por el cañón de la pistola entrecerrando los ojos.<br />

—Jordan tiene razón —añadió con frialdad—. Matémoslos a los dos y a.<br />

—No, por favor —gimió la señora de Lobo Feroz. <strong>Un</strong> hilillo de sangre le caía<br />

por la comisura de los labios, en el punto donde había aterrizado un afortunado<br />

golpe de Sarah. Tenía el pelo encrespado en una maraña de nudos. Estaba pálida<br />

y la parte de Karen que seguía siendo doctora pensó que en cuestión de segundos<br />

la mujer había envejecido años. De repente se acordó de su corazón. « Puede<br />

ceder en cualquier momento. Le habremos provocado un infarto. ¿En ese caso<br />

sería un asesinato? ¿O justicia?»<br />

La señora de Lobo Feroz se dirigió a Karen.<br />

—Por favor, doctora, por favor… —se volvió hacia Jordan—, Jordan, eres<br />

una buena chica, tú no puedes…<br />

—No, no lo soy —la interrumpió Jordan furiosa—. Puede que lo fuese en otro<br />

tiempo, pero ya no. Y sí que puedo. —No dijo lo que « puedo» implicaba en ese<br />

preciso instante. Empuñó el cuchillo con más fuerza.<br />

—Espera —dijo Karen.<br />

Las otras dos pelirrojas la miraron.<br />

—Todavía no lo hemos averiguado todo.<br />

Pelirroja Dos y Pelirroja Tres la miraron con expresión burlona.<br />

—Antes de matarlos, necesito saberlo todo —agregó.<br />

Sentía una frialdad en su interior. Parecía como si por primera vez desde que<br />

había recibido su carta, su vida empezase a centrarse. La claridad por fin<br />

empezaba a borbotear cerca de la superficie, donde quizá lograse atraparla. Se<br />

agachó, bajó la cabeza y la acercó a la del Lobo Feroz, para que su aliento lo<br />

envolviese.<br />

—Abuelita, abuelita, qué ojos tan grandes tienes.<br />

Rio con una dureza que no sabía que poseía.<br />

—Esa es la pregunta. La recuerdas, ¿no? ¿Y te acuerdas de dónde proviene?<br />

De un cuento. ¿Qué te parece? <strong>Un</strong> maldito cuento que ninguna de nosotras había<br />

leído desde que éramos niñas. Es igual, la respuesta adecuada es: « Para verte<br />

mejor, Caperucita.»<br />

« La cinta aislante es algo fantástico —pensó Karen mientras ataba las manos<br />

y los pies de la señora de Lobo Feroz con la cinta—. Adhesiva y práctica. Estoy<br />

segura de que los verdaderos criminales la usan de buena gana continuamente.»<br />

Los dos lobos estaban uno al lado del otro en el sofá del salón, inmovilizados<br />

con la cinta gris. Parecían una pareja de adolescentes en su primera cita, no<br />

llegaban a tocarse. La señora de Lobo Feroz tenía dificultades para controlar sus<br />

emociones. Parecía que retumbaban en su interior de cualquier manera. A su<br />

marido, por otra parte, le embargaba una profunda ira. Apenas decía nada, pero<br />

sus ojos seguían a las tres pelirrojas como si imaginase a cuál iba a matar

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