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universitarias, de madera oscura y rincones oscuros en el que se ofrecían<br />
whiskies puros de malta y más de setenta variedades de cerveza, servidos desde<br />
una larga barra de madera que acababa en un espacio con un pequeño escenario<br />
con una cortina negra andrajosa como telón de fondo. En el local también había<br />
espacio para dos docenas de mesas pequeñas. La mayoría de las noches estaba<br />
atestado de universitarios, un poco escandalosos y alborotadores, pero los martes<br />
actuaban cantantes de folk locales —aspirantes a Joni Mitchell y Bob Dy lan— y<br />
de vez en cuando dedicaban las noches del sábado a espectáculos de comediantes<br />
espontáneos. Por eso lo conocía Karen. Pero los jueves, como aquel, se ocupaba<br />
de la comunidad lesbiana aceptando solo la entrada de mujeres. Así pues, cuando<br />
las tres pelirrojas entraron por la puerta, se encontraron con un local lleno y<br />
bullicioso, sin un solo hombre a la vista. Hasta los camareros, que solían ser tíos<br />
culturistas para tener músculo suficiente para lidiar con los universitarios que se<br />
desmadraban, habían sido sustituidos por mujeres jóvenes, delgadas, con<br />
piercings en la nariz, el pelo violeta y de estilo punk-rock, que parecían, todas<br />
ellas, imitar a Elisabeth Salander de los libros y películas. La clientela del bar iba<br />
desde las moteras duras con vaqueros negros ajustados y chaquetas de cuero,<br />
tomando chupitos, al tipo ex hippy que prefería tomar cócteles con las típicas<br />
sombrillas de papel a modo de adorno y que hablaban por arrebatos agudos.<br />
Pelirroja Dos y Pelirroja Tres se colocaron junto a Karen en el umbral de la<br />
puerta y se hicieron cargo de la situación.<br />
Karen sonrió un poco y dijo:<br />
—Me gustaría ver entrar al Lobo en este local. No creo que durara mucho.<br />
Sarah se rio. A ella le parecía una verdadera ironía, lo cual captaba la esencia<br />
de su existencia. « Sería fantástico —pensó—. El Lobo entra en un bar de<br />
lesbianas y lo único que tengo que hacer es levantarme y apuntarle diciendo:<br />
“¡Este hombre mata mujeres!”, y como una especie de ménades modernas,<br />
estas damiselas lo despellejarán y podremos continuar alegremente con lo poco<br />
que nos queda de vida.»<br />
Jordan estaba un poco alterada.<br />
—Soy menor de edad —le susurró a Karen—. Si en la escuela se enteran de<br />
que he estado aquí, me expulsarán.<br />
—Pues entonces nos aseguraremos de que no se enteren —respondió Karen,<br />
aunque la seguridad de su voz contradecía la idea de que no tenía ni idea de cómo<br />
cumplir esa promesa.<br />
Jordan asintió. Miró a su alrededor y sonrió.<br />
—¿Sabes? La entrenadora de hockey sobre hierba a lo mejor está aquí… —<br />
Entonces se calló, se encogió de hombros y añadió—: A lo mejor podríamos<br />
sentarnos en un rincón.<br />
Encontraron una mesa vacía cerca del escenario, que tenía la ventaja<br />
añadida de estar situada de forma que podían echarle el ojo a la puerta de