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Un Final Perfecto - John Katzenbach

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le importaba. Pensó que saltarse unas cuantas reglas onerosas era el menor de los<br />

problemas a los que se acercaba con rapidez.<br />

Karen se encontraba en la sala contigua, ataviada con un elegante vestido<br />

negro, con el aspecto de una puritana auténtica, estudiando con detenimiento dos<br />

hojas de papel en las que había escrito un breve discurso con los detalles que<br />

Sarah le había dado sobre su vida.<br />

Las palabras en la hoja se unían. Se sentía como una disléxica, todas las letras<br />

se movían y saltaban en el papel quisiera o no, amenazando con interrumpir todo<br />

lo que planeaba decir. Hizo unos ejercicios de respiración como hacía antes de<br />

salir al escenario con un nuevo número humorístico. Inspirar lentamente. Espirar<br />

lentamente. Y calmar los acelerados latidos de su corazón.<br />

—Sé que estás aquí —susurró. <strong>Un</strong>o de los directores de la funeraria, que<br />

estaba al otro lado de la sala, alzó la vista con una mirada experta, hipócritamente<br />

nostálgica, y Karen se dio cuenta de que él pensaba que hablaba con su<br />

apreciada amiga y no con un asesino.<br />

—La gente está empezando a llegar —dijo el director de la funeraria. Era<br />

mucho más joven que el hombre con el que había hablado a principios de la<br />

semana, aunque y a había logrado dominar los tonos solemnes y sonoros de la<br />

pérdida. Supuso que era un hijo o un sobrino al que estaban introduciendo en el<br />

negocio familiar y este funeral en particular no era precisamente un reto para la<br />

funeraria. No hacía falta que estuviese el jefe. No había ataúd. No había cadáver.<br />

<strong>Un</strong>as pocas flores. Y algunos sentimientos al azar.<br />

« Si está aquí, será porque necesita saber, quiere ver y quiere oír.» Karen<br />

notaba que se le aceleraba el pulso al pensar que podía estar de pie delante del<br />

Lobo.<br />

—Voy a salir y a —repuso con un hilo de voz.<br />

Antes había colocado una silla de respaldo rígido cerca del micrófono.<br />

Sonriendo, asintiendo con la cabeza a las personas que llegaban desde el<br />

aparcamiento, se dirigió en esa dirección. No conocía a ninguno de los rostros<br />

que le devolvían la sonrisa. Cada paso que daba era como caminar hacia un foco.<br />

Sabía que estaba en peligro en todo momento. No se podía hacer nada. Como si<br />

pronunciase un mantra oriental, no dejó de decirse que no iba a matarla<br />

precisamente entonces. Nunca había oído de nadie que hubiese asesinado a una<br />

persona en una funeraria delante de los asistentes al duelo. Llevar la muerte a un<br />

lugar de muerte. Esto resultaba tan ilógico, que intentó utilizar esa improbabilidad<br />

para tranquilizarse.<br />

Karen nunca había hecho un panegírico y menos para alguien que apenas<br />

conocía y que en realidad no estaba muerta. Pensó que si no fuese porque era lo<br />

único que se le había ocurrido para seguir con vida, la situación sería cómica.

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