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Un Final Perfecto - John Katzenbach

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simpático?»<br />

Tampoco tenía la respuesta a esta pregunta. La idea de que no parecía<br />

adecuado no la consoló mucho.<br />

Medio esperaba que el hecho de que empezase a caer la noche la convirtiese<br />

en un blanco difícil. Sin embargo, su otra mitad esperaba que el Lobo Feroz<br />

aprovechase ese momento y acabase de una vez. Era casi como si la resolución<br />

fuese más importante que la vida.<br />

Cuando se le ocurrió esta idea, se dijo que estaba actuando como si y a la<br />

hubiese vencido. « Puede que sea cierto —murmuró en voz alta—. Puede que<br />

no.»<br />

No sabía cuánto tiempo llevaba andando. Las manzanas se extendían<br />

kilómetros. El barrio cambió, volvió a cambiar. Primero giró a un lado, después al<br />

otro y por último, cuando los pies empezaban a quejarse con ampollas en carne<br />

viva, se dio la vuelta y regresó cojeando a casa. Cuando llegó a la puerta de su<br />

casa, respiraba con dificultad y estaba agotada, cosa que consideró positiva. Le<br />

dolían un poco las rodillas y por primera vez sintió frío.<br />

No entró enseguida.<br />

En lugar de entrar, Sarah se quedó de pie bajo la luz de la entrada con la llave<br />

de la puerta en la mano.<br />

« Tal vez haya entrado mientras estaba fuera, como hace en casa de la<br />

abuelita en Caperucita Roja, para así esperarme cómodamente en el interior.»<br />

Se encogió de hombros. Por un momento sintió como si hubiese agotado todos<br />

los miedos que cabían en su interior, de la misma forma que siempre llega un<br />

punto en el que ya no se pueden derramar más lágrimas independientemente de<br />

lo triste que uno esté.<br />

Pero cuando introdujo la llave en la cerradura, oyó que sonaba el teléfono.<br />

Karen se había quedado en su consulta mucho después de haber terminado<br />

las visitas de la jornada. Había advertido la salida del personal de enfermería, de<br />

la recepcionista e incluso la del portero de noche, que había recogido la basura<br />

del día. Solo unas pocas luces zumbaban en la sala de espera. En su despacho,<br />

una solitaria lámpara de escritorio proyectaba sombras en la pared.<br />

Se quedó en el escritorio, enfrascada en pensamientos erráticos, intentando<br />

imponer algún tipo de lógica a su situación, aunque, como les sucedía a las otras<br />

dos pelirrojas, era algo que constantemente se le resistía.<br />

<strong>Un</strong>a cosa estaba clara: siempre estaba asustada. « Pero ¿hasta qué punto<br />

tengo que asustarme?» , se preguntaba. Como la escala de dolor colgada en la<br />

pared de la consulta, pensó que debería poder cuantificar el miedo. « En este<br />

instante, es ocho. En el club de la comedia era nueve. Me pregunto qué se sentirá<br />

con el diez.» No formuló una respuesta.

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