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Un Final Perfecto - John Katzenbach

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Extendió el brazo y se apoy ó en la mesilla de noche, sin dejar de mirarse en<br />

el espejo.<br />

Pensó que ya no lograba reconocerse.<br />

Parecía como si, igual que la lejana sirena, se estuviese desvaneciendo. Sabía<br />

que muy pronto desaparecería de su propia vista. Y cuando inevitablemente<br />

llegase ese momento, apretaría el gatillo.<br />

La señora de Lobo Feroz contemplaba desde la ventana de su despacho la<br />

ceremonia de graduación que acababa de empezar en el patio de enfrente. No se<br />

decidía a bajar a verla, pese a que su jefe, el director, la había animado a que<br />

asistiese. Abrió la ventana, para oír la música de una banda de gaitas que<br />

acompañaba con pompa y boato a los estudiantes que se graduaban mientras<br />

estos ocupaban sus asientos. A través de una maraña de árboles de hojas verdes<br />

que se balanceaban en la brisa soleada de una bonita mañana de junio, la señora<br />

de Lobo Feroz buscó entre los engalanados padres, amigos y familiares que<br />

estaban allí para honrar a los que se graduaban. No le costó mucho localizar a dos<br />

mujeres pelirrojas que se sentaban juntas y observaban a la tercera del grupo<br />

que alegremente cruzaba el escenario a saltos para recoger su diploma.<br />

« Lo bonito de la graduación es que es la antesala del futuro» , pensó la señora<br />

de Lobo Feroz.<br />

Se apartó de la ventana y regresó al escritorio. Habían pasado muchos días y<br />

muchas noches solitarias desde que había logrado cortar la cinta adhesiva de las<br />

muñecas y de los tobillos a tiempo para llegar al trabajo, como la doctora le<br />

había dicho.<br />

Nunca había hablado con su marido sobre esa noche.<br />

No era necesario.<br />

—Cómo cambian las cosas —susurró.<br />

La señora de Lobo Feroz se colocó delante de su ordenador. La embargaba el<br />

miedo, la duda y una certeza casi completa de que estaba a punto de hacer algo<br />

muy malo y muy bueno a la vez. Notaba el sudor de los nervios que se<br />

acumulaba en las axilas mientras ajustaba el teclado para que las manos se<br />

apoy asen cómodamente sobre las teclas. Echó un rápido vistazo a su alrededor<br />

para asegurarse de que nadie la miraba.<br />

Tecleó unas cuantas letras.<br />

<strong>Un</strong> documento nuevo y en blanco apareció en la pantalla que tenía delante.<br />

Se detuvo de nuevo y se dijo que nunca habría un mejor momento.<br />

Escribió:<br />

Las tres Pelirrojas. Primer capítulo.<br />

Sangró varias líneas y volvió a escribir:

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