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Un Final Perfecto - John Katzenbach

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La mano le tembló al devolver el folio al montón.<br />

Por primera vez desde que se casó, no quiso leer más.<br />

Por dentro, su mente parecía haberse quedado sumida en un vacío negro que<br />

rehusaba procesar cualquier información, especialmente la que tenía delante, y<br />

se negaba en redondo a sacar conclusiones. Se le ocurrían ideas, pensamientos,<br />

suposiciones que le exigían atención, pero ella ignoró todos los chillidos y los<br />

gritos que daban.<br />

—No lo entiendo —dijo en voz alta. Entonces sintió miedo, como si la frase<br />

pudiese dejar una huella en la habitación—. Esto no puede estar bien —susurró.<br />

Pero no estaba segura de si estaba o no estaba bien.<br />

Miró el ordenador. Le temblaron los dedos al mover el ratón. El ordenador<br />

cobró vida con un mensaje que ocupó la pantalla negra: contraseña.<br />

La señora de Lobo Feroz retrocedió. <strong>Un</strong>a parte de ella insistía en que podía<br />

adivinar la contraseña —« puede que sea mi nombre» —, pero otra parte más<br />

ruidosa le gritaba que no quería abrir el portal del ordenador porque no quería<br />

saber lo que podría encontrar allí.<br />

Con cuidado, apagó el ordenador. Le pareció algo ilícito.<br />

Las ideas se agolpaban en su mente, pero se iban por las ramas y no llegaban<br />

a ninguna parte. Era similar a encontrarse con un montón secreto de imágenes<br />

pornográficas realmente cuestionables. Fotografías de niños. Solo que estas<br />

fotografías no eran sucias ni ilegales.<br />

Significaban otra cosa.<br />

Dirigió la mirada a la pared llena de fotografías, pero antes de que se<br />

concentrase de nuevo en su significado real, cerró los ojos. Si había algo que ver,<br />

y a no quería verlo.<br />

Lo único que lograba decirse era que debía retirarse poco a poco, con<br />

cuidado, asegurándose de no alterar nada para que no quedase ninguna señal de<br />

su intrusión. « Retrocede y todo será como hace tan solo unos minutos» , se dijo a<br />

sí misma. Pero la mirada se le iba a un álbum grande encuadernado en cuero<br />

rojo que sobresalía en un estante de libros y destacaba entre las ediciones de<br />

bolsillo de las novelas de su marido y las crónicas de no ficción que explicaban<br />

con gran detalle famosos crímenes modernos.<br />

El álbum era idéntico a uno que tenía en su escritorio. El suyo contenía las<br />

fotografías de la boda y una copia de la invitación y del menú en el pequeño club<br />

de campo donde celebraron el modesto banquete. De pronto recordó cuando su<br />

marido compró los dos álbumes en una tienda de artículos de piel durante la<br />

breve luna de miel. <strong>Un</strong>o se lo dio a ella y el otro se lo quedó él.<br />

« Fotografías de nuestra boda.»<br />

Con esperanza y temor al mismo tiempo, se sintió atraída por el álbum.<br />

Vio que la mano se le iba hacia él, durante unos instantes no supo si era la<br />

suy a porque parecía pertenecer a otra persona.

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