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Hyde - David Lozano Garbala

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CAPÍTULO 25<br />

Las horas iban transcurriendo y con el avance del día el panorama no mejoró para<br />

Jacobo. Él, que conocía bien la frustración, acababa de sentir algo mucho peor al<br />

fracasar en su intento de atravesar el acceso enrejado del muro de la finca.<br />

Apenas quedaban en él resquicios de humanidad que recobrar.<br />

La libertad se encontraba allá fuera, a tan solo unos pasos. La percibía como un<br />

soplo de aire fresco que agitaba su cabello frente al viciado ambiente que flotaba en<br />

la mansión. La libertad estaba allí, allí mismo. Pero, al igual que le ocurriera a Hugo,<br />

había sido incapaz de vencer el espacio que le separaba de ella por culpa de los<br />

efectos que provocaba en su cuerpo cada nuevo acercamiento.<br />

Imposible.<br />

La intensa carga subliminal que había soportado su mente lo convertía en<br />

prisionero de aquella propiedad. Sin solución. No tuvo más remedio que dar la vuelta<br />

y perderse en dirección al este, hacia el extremo de la finca que quedaba más lejos de<br />

la zona edificada. Si no podía huir de aquel lugar, al menos se ocultaría bien.<br />

No creyó que sus compañeros se atrevieran a buscarle. Al menos hasta que<br />

terminara aquella pesadilla… y con ella —tal vez— las vidas de todos.<br />

Caminaba arrastrando los pies, convertido en una ruina humana. Un charco le<br />

devolvió una imagen de sí mismo demacrada y sudorosa, todavía con restos de sangre<br />

en las manos y la ropa hecha un despojo. Irreconocible. Unas horas a la intemperie,<br />

huyendo al amanecer, y ya tenía ese aspecto… de asesino.<br />

De asesino.<br />

En qué pocas horas puede degenerar una persona hasta convertirse en una<br />

sombra de sí misma, se dijo. En qué pocas horas uno puede perderlo todo. Y sin<br />

saber siquiera por qué.<br />

Continuó caminando hacia las profundidades del bosque. Debía encontrar un<br />

refugio para guardar sus pertenencias y cobijarse por la noche. Confió en que en su<br />

exploración no tuviera la mala suerte de encontrarse con Héctor. Aunque todo era<br />

posible…<br />

El recuerdo de su compañero le hizo llevarse una mano a la empuñadura del<br />

cuchillo. Allí fuera no había lugar para la compasión; matar o morir.<br />

Siguió atravesando el bosque.<br />

No se planteaba regresar a la casa, pues su fuga constituía el más sólido de los<br />

indicios de culpabilidad. Había firmado su propia sentencia al tomar aquella<br />

iniciativa.<br />

Ya era tarde para arrepentirse. Nadie estaría dispuesto a creerle… cuando,<br />

además, ni siquiera él mismo sabía con certeza lo que había hecho.<br />

Un avión cruzó el firmamento en ese momento. Él contempló su estela, absorto.<br />

Disfrutó de ese recuerdo de la civilización, de aquella imagen que flotaba sin<br />

ataduras, al margen del mundo.<br />

www.lectulandia.com - Página 114

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