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CAPÍTULO 25<br />
Las horas iban transcurriendo y con el avance del día el panorama no mejoró para<br />
Jacobo. Él, que conocía bien la frustración, acababa de sentir algo mucho peor al<br />
fracasar en su intento de atravesar el acceso enrejado del muro de la finca.<br />
Apenas quedaban en él resquicios de humanidad que recobrar.<br />
La libertad se encontraba allá fuera, a tan solo unos pasos. La percibía como un<br />
soplo de aire fresco que agitaba su cabello frente al viciado ambiente que flotaba en<br />
la mansión. La libertad estaba allí, allí mismo. Pero, al igual que le ocurriera a Hugo,<br />
había sido incapaz de vencer el espacio que le separaba de ella por culpa de los<br />
efectos que provocaba en su cuerpo cada nuevo acercamiento.<br />
Imposible.<br />
La intensa carga subliminal que había soportado su mente lo convertía en<br />
prisionero de aquella propiedad. Sin solución. No tuvo más remedio que dar la vuelta<br />
y perderse en dirección al este, hacia el extremo de la finca que quedaba más lejos de<br />
la zona edificada. Si no podía huir de aquel lugar, al menos se ocultaría bien.<br />
No creyó que sus compañeros se atrevieran a buscarle. Al menos hasta que<br />
terminara aquella pesadilla… y con ella —tal vez— las vidas de todos.<br />
Caminaba arrastrando los pies, convertido en una ruina humana. Un charco le<br />
devolvió una imagen de sí mismo demacrada y sudorosa, todavía con restos de sangre<br />
en las manos y la ropa hecha un despojo. Irreconocible. Unas horas a la intemperie,<br />
huyendo al amanecer, y ya tenía ese aspecto… de asesino.<br />
De asesino.<br />
En qué pocas horas puede degenerar una persona hasta convertirse en una<br />
sombra de sí misma, se dijo. En qué pocas horas uno puede perderlo todo. Y sin<br />
saber siquiera por qué.<br />
Continuó caminando hacia las profundidades del bosque. Debía encontrar un<br />
refugio para guardar sus pertenencias y cobijarse por la noche. Confió en que en su<br />
exploración no tuviera la mala suerte de encontrarse con Héctor. Aunque todo era<br />
posible…<br />
El recuerdo de su compañero le hizo llevarse una mano a la empuñadura del<br />
cuchillo. Allí fuera no había lugar para la compasión; matar o morir.<br />
Siguió atravesando el bosque.<br />
No se planteaba regresar a la casa, pues su fuga constituía el más sólido de los<br />
indicios de culpabilidad. Había firmado su propia sentencia al tomar aquella<br />
iniciativa.<br />
Ya era tarde para arrepentirse. Nadie estaría dispuesto a creerle… cuando,<br />
además, ni siquiera él mismo sabía con certeza lo que había hecho.<br />
Un avión cruzó el firmamento en ese momento. Él contempló su estela, absorto.<br />
Disfrutó de ese recuerdo de la civilización, de aquella imagen que flotaba sin<br />
ataduras, al margen del mundo.<br />
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