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CAPÍTULO 39<br />
Allí, en el tramo de pasillo más próximo a la ventana, se distinguía un bulto. El<br />
resplandor de la noche que se colaba a través del cristal permitía adivinar los<br />
contornos de un cuerpo tendido en el suelo y el brillo negro de un charco bajo él.<br />
Era el cadáver de un muchacho.<br />
Lázaro y Millán extremaron su cautela. Se giraban hacia todas las direcciones a<br />
cada paso, escudándose tras sus armas. Aquel hallazgo demostraba que ya habían<br />
accedido a la zona ocupada de la casa, aunque el resto del escenario seguía sin<br />
mostrar señales de presencias humanas: solo suciedad, paredes con cuadros viejos,<br />
estancias mudas y nuevos corredores.<br />
Mientras Millán vigilaba las inmediaciones, el inspector se inclinó para estudiar<br />
el cuerpo.<br />
—No lleva mucho tiempo muerto —dictaminó—. Dos horas, tal vez tres.<br />
Definitivamente, la fiesta había empezado sin ellos.<br />
—¿La edad se corresponde con la de los chicos? —preguntó el detective desde su<br />
posición.<br />
—No parece un adolescente. Según la información que nos ha facilitado el<br />
director del instituto, uno de los estudiantes es algo mayor. Tiene que ser este.<br />
—Jacobo Hernández.<br />
Millán había estudiado durante el trayecto la lista de los alumnos seleccionados<br />
para el experimento.<br />
—Eso es. El cuerpo presenta una herida profunda de arma blanca en el vientre.<br />
El detective hizo un gesto afirmativo.<br />
—La violencia ha comenzado a desatarse. No han tardado ni setenta y dos<br />
horas…<br />
Lázaro maldijo su mala suerte.<br />
—¿Quién puede calcular en qué momento va a prender la mecha de una<br />
aberración como esta? Espero que el chico sea la única víctima.<br />
El inspector hubiera querido lanzarse por toda la casa para advertir del peligro,<br />
había que impedir a toda costa que aquella locura alcanzara a más inocentes. Ojalá<br />
hubiesen podido contar con más hombres, pero el resto de los efectivos se encontraba<br />
aún lejos.<br />
Y esa casa era tan grande…<br />
Poco podía hacerse ya por Jacobo Hernández. Para aquel muchacho era<br />
demasiado tarde, pero quizá todavía fuera posible salvar otras vidas.<br />
Lázaro estaba dispuesto a jugarse la suya en el intento.<br />
Al menos sabían a quién buscaban. Tenía grabada a fuego en la memoria la<br />
imagen que el director del instituto había reconocido.<br />
Su objetivo, tan joven, tan sonriente, no estaba lejos.<br />
No puede estar lejos.<br />
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