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Hyde - David Lozano Garbala

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CAPÍTULO 35<br />

Aquel escenario le resultaba demasiado familiar. Álvaro sorteaba en su avance<br />

pasillos alfombrados, puertas, escaleras, ventanales que ofrecían un horizonte de<br />

tenebrosos paisajes, de bosques cuya silueta se agitaba por culpa del viento que<br />

aullaba en el exterior. Qué conjunto tan perfecto, pensó él, solo falta la tormenta: el<br />

resplandor de los relámpagos que ilumine fugazmente el rostro de mi asesino.<br />

Tengo que llegar a mi habitación.<br />

Seguía sin cruzarse con los demás. Aquel edificio, que multiplicaba sus recovecos<br />

como por hechizo, parecía ir devorando a sus huéspedes minuto a minuto. ¿Qué<br />

habría sido de Hugo?<br />

Álvaro medía cada zancada. Había elegido una ruta larga pero más segura, con la<br />

que evitaría atravesar la zona próxima a la sala de proyección. Sus movimientos, con<br />

el cuchillo en la mano, no hacían sino completar esa escenografía tan similar a<br />

aquella que había recorrido miles de veces a través de la pantalla del ordenador.<br />

Ahora comprendía lo engañosamente fácil que resultaba explorar un territorio hostil<br />

desde la seguridad de tu habitación.<br />

Todo era real en esta ocasión. No habría protección. Ni nuevas vidas a las que<br />

recurrir.<br />

Sí, Álvaro se sentía como un participante que despertaba en medio de un<br />

videojuego brutal. Encarnaba un personaje en un entorno apocalíptico: cadáveres, un<br />

mundo vacío lejos de la civilización, la lucha desesperada de unos elegidos. Solo<br />

contaba con una única vida, el arma que sujetaba y una energía que iba menguando<br />

sin posibilidad de recuperación.<br />

El objetivo del juego estaba claro: ir superando pantallas hasta alcanzar la que<br />

ofrecería el panorama apacible del domingo.<br />

Su memoria escogió una banda sonora que acompañara sus pasos: los acordes<br />

tenues de Atra Aeterna, o tal vez alguna melodía inquietante de Norman Corbeil.<br />

Acarició su talismán, ese colgante que llevaba al cuello y que había sido testigo<br />

de tantos buenos momentos. La aventura continuaba… con él como uno de los<br />

protagonistas.<br />

El inspector se desabrochó el cinturón de seguridad y se inclinó hacia delante<br />

desde su asiento para dirigirse al piloto.<br />

—¿Estamos cerca? —preguntó, incapaz de soportar por más tiempo su<br />

nerviosismo.<br />

—Sí, señor. Tardaremos poco.<br />

El hecho de volar de noche impedía que fueran más rápido, lo que convertía el<br />

trayecto en una tortura. La oscuridad del exterior no ayudaba a distraerles. Lázaro<br />

confió en que, una vez en su destino, no fuera difícil encontrar una zona llana donde<br />

aterrizar. En caso contrario, estaba dispuesto a saltar desde el aire si hacía falta. No<br />

www.lectulandia.com - Página 159

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