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una discusión y la mano agresora se había hundido en el sustrato de pote hasta<br />
desaparecer (¡sin llegar a tocar nada sólido!). E incluso había quien afirmaba que, en<br />
realidad, Esther se había quemado la cara en un incendio y ocultaba un semblante<br />
deforme. Los góticos del instituto, por su parte, defendían abiertamente que no tenía<br />
rostro, solo un molde que se quitaba para dormir. Ninguno de aquellos rumores, en<br />
cualquier caso, había hecho mella en los hábitos estéticos que Esther exhibía cada<br />
mañana. Ella menospreciaba a muchos de sus compañeros aunque, eso sí, se contaba<br />
entre las conquistas más recientes de Jacobo.<br />
Hugo nunca había hablado con ella. Advirtió entonces lo incomprensible del<br />
grupo de estudiantes que constituían: una adicta al maquillaje, un tímido patológico,<br />
una hippy demasiado aficionada a la hierba, un oscuro experto en videojuegos<br />
violentos, un repetidor borracho, un obseso sexual, una pija que despreciaba a todos y<br />
él mismo, demasiado centrado —tuvo que reconocerlo— en el deporte, una fijación<br />
que le llevaba incluso a controlar en exceso su alimentación.<br />
Vaya equipo. ¿De verdad habían superado todos ellos unas pruebas sobre lectura?<br />
¿De qué iba aquel experimento?<br />
El profesor apareció en ese momento. Los estudiantes lo observaron moverse con<br />
torpeza hasta un sillón que alguien había colocado frente a los asientos de ellos. Se<br />
recolocó las gafas de pasta, que le resbalaban por la nariz grasienta.<br />
—Buenas tardes —saludó, con una carpeta entre las manos, acomodándose—.<br />
¿Todo en orden? ¿Alguien ha tenido algún problema con las habitaciones?<br />
Nadie emitió ninguna queja excepto Cristian, que acababa de comprobar que en la<br />
sala no había cobertura.<br />
—Algún inconveniente debía de tener esta impresionante casa, ¿no? —contestó el<br />
profesor—. Bueno —su tono se volvió solemne—, ha llegado el momento de<br />
comenzar. ¿Preparados?<br />
Tomó aire, como si lo que se propusiese comentar fuera muy serio.<br />
Y empezó a hablar.<br />
Sueño 2<br />
Es sangre.<br />
Un charco de sangre oscura que empapa el suelo sobre el que descansan sus pies<br />
desnudos. Hugo nota la caricia turbia de ese fluido.<br />
Frente a él se extiende la sucesión infinita de puertas.<br />
Hugo ha regresado al escenario de sus sueños. Lo reconoce. Del charco nace un<br />
reguero que resbala hacia delante, el rastro de un cuerpo herido que se pierde por el<br />
corredor.<br />
Quiere huir, pero no puede. La sangre lo inunda todo a su alrededor, le guía<br />
hacia el horror que le aguarda más allá de la última puerta.<br />
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