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Hyde - David Lozano Garbala

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hermano?<br />

Brotaron las lágrimas. Aunque su pulso seguía firme, la coraza de Diana<br />

empezaba a perder solidez. Para Hugo fue como si ella recuperara la forma humana.<br />

La chica empezó a bajar el arma.<br />

—Suelta la pistola, Diana. Terminemos con esto.<br />

Pero ella se resistía a esa última rendición. Durante aquellos minutos no había<br />

apartado la vista de Hugo ni un instante. Y en sus ojos se leía todavía una rabia<br />

contenida que no había sido satisfecha.<br />

El apetito de venganza aún palpitaba en aquella mente obsesiva.<br />

—Suelta la pistola. Por favor.<br />

Bonita voz, se dijo Hugo. Grave, envolvente. La voz de un negociador<br />

profesional.<br />

¿Por qué me fijo en eso si estoy a punto de morir?<br />

A punto de ser asesinado por la persona a la que he empezado a amar.<br />

Un silencio absoluto sucedió a la segunda petición. Todos allí quietos, tensos,<br />

como si bajo sus pies se extendiera un campo de minas. Nadie se atrevía a llegar más<br />

lejos. Las consecuencias de un error serían fatales.<br />

Y ese dedo femenino que seguía rozando el gatillo.<br />

Hugo temblaba. Imaginó el proyectil que lo mataría, lo vio salir del arma para<br />

impactar contra su pecho. Incluso recreó el olor a pólvora, la detonación, el calor<br />

húmedo de la sangre, su corazón reventado. No soportaría mucho más aquella<br />

situación. Su equilibrio estaba a punto de desintegrarse. Había llegado al límite. Era<br />

el fin. Su mirada se cruzó con la del segundo policía. Imaginó sus caras cuando<br />

descubrieran la masacre que había tenido lugar en la casa. Y se repitió por enésima<br />

vez que no quería convertirse en el cadáver número ocho.<br />

Por favor, tira la pistola. Diana, tira la pistola. Déjame vivir.<br />

Más minutos de silencio, de pulso.<br />

Y lo hizo. Ella soltó por fin su arma, que aterrizó en el suelo junto a sus pies.<br />

—Bien, Diana. Lo estás haciendo bien. Ahora —ordenó el inspector— apártala<br />

de una patada. Hacia mí.<br />

Diana obedeció. En cuanto lo hizo, Millán se abalanzó sobre ella de un salto. Se<br />

disponía a esposarla cuando la joven se revolvió con una fuerza sorprendente y,<br />

separándose del detective, se lanzó contra Hugo, esgrimiendo un pequeño puñal que<br />

acababa de sacar de un bolsillo.<br />

La oscuridad se rebelaba en su interior.<br />

El chico llegó a ver el fogonazo de locura en los ojos de su compañera y logró<br />

apartarse a tiempo. Diana, sin embargo, no tuvo margen para reaccionar y se precipitó<br />

contra la vieja ventana de madera, que no logró frenar su furiosa acometida. El marco<br />

se hizo astillas, el cristal estalló y Diana se precipitó al exterior desde una altura de<br />

ocho metros.<br />

No se escuchó ni un grito.<br />

www.lectulandia.com - Página 189

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