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Hyde - David Lozano Garbala

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Hugo se había mantenido separado del resto del grupo conforme avanzaban por el<br />

terreno de la finca. El edificio que surgió ante sus ojos tras aquella caminata de casi<br />

veinte minutos era un caserón inmenso, con su torreón y los muros de piedra<br />

cubiertos de musgo. La fachada mostraba hileras de ventanales con venecianas de<br />

madera y en el extremo derecho se erguía la torre, de cinco alturas.<br />

No tardaron en atravesar los umbrales de aquel edificio. Se encontraron con un<br />

escenario decadente: el vestíbulo, amplio y vacío, comunicaba con pasillos de<br />

paredes tapizadas con telas cuyo color había devorado el tiempo. Los muebles se<br />

veían viejos y algunas alfombras cubrían tramos de un rechinante suelo de madera<br />

que también había conocido épocas mejores. El techo abovedado de algunos<br />

corredores mostraba desconchones y grietas en la pintura.<br />

A pesar de todo, la casa les gustó y las instalaciones importantes, como la cocina<br />

y los baños, se mantenían en buen estado. Alguien había encendido la calefacción<br />

horas antes y la temperatura en el interior del edificio era agradable.<br />

El profesor Vidal lo tenía todo muy bien planificado, así que en pocos minutos los<br />

jóvenes participantes en el experimento habían tenido ocasión de dejar sus<br />

pertenencias en sus respectivas habitaciones de la segunda planta y el grupo completo<br />

se encontraba ya en uno de los amplios salones de la residencia.<br />

Aguardaban impacientes una explicación al proceso de selección que habían<br />

protagonizado en el instituto y que había culminado con su presencia allí. Eran, de<br />

alguna forma, los elegidos. Pero nadie sabía con certeza para qué; tan solo se les<br />

había comunicado que el proyecto tenía que ver con los hábitos de lectura.<br />

Hugo, el más atlético de los presentes, aprovechó esos minutos de espera para<br />

fijarse en el resto de los implicados en el experimento. Aparte de Diana, la pija hostil,<br />

había superado los tests Cristian Collado. Era un compañero de otra clase, pelirrojo,<br />

de baja estatura, huesudo y de flequillo muy largo que se apartaba regularmente de la<br />

frente mediante unos soplidos muy característicos. Conocido como el «salido» de la<br />

promoción, se pasaba el día haciendo comentarios sexuales y rascándose sin pudor<br />

los lugares más insospechados del cuerpo. Sus ojillos paseaban nerviosos por la<br />

estancia, atentos a cada rincón, pero sobre todo a las chicas. Para variar.<br />

También estaba Álvaro, que le saludó con un gesto de cabeza al descubrir su<br />

mirada. Le caía bien. Alto, delgado y de amplia espalda, vestía con su particular<br />

estilo: foulard gris al cuello, abrigo y un sombrero negro bajo el que sobresalían unos<br />

mechones de flequillo que ocultaban sus ojos vivos, que no perdían detalle. Se le<br />

notaba emocionado con la casa. En el instituto se había ganado fama de ir a su rollo,<br />

hasta el punto de que circulaban rumores sobre él que ni se molestaba en desmentir.<br />

Nunca mostraba interés en lo que atraía a sus compañeros, salvo los idiomas y el<br />

dibujo, disciplinas en las que destacaba. Por lo visto, era un maestro de los<br />

videojuegos violentos. Aunque pocos conocían a Álvaro realmente. Hugo siempre<br />

había intuido que aquella actitud suya tan poco abierta no era hermetismo, sino<br />

ausencia; el modo en que pasaba desapercibido aquel chico tenía un aire de huida.<br />

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