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CAPÍTULO 17<br />
Hugo y Diana habían acudido a la sala de proyección. Allí habían dedicado unos<br />
minutos a contemplar el botón rojo de emergencia. Símbolo del fraude, del engaño al<br />
que se les sometía, lo habían pulsado repetidas veces, sin que —por supuesto— se<br />
generara efecto alguno. Ahora permanecían sentados.<br />
—Mi hermano Pablo no se parecía a mí —dijo Diana, con expresión ausente—.<br />
Era más sensible. Siempre le afectó todo mucho. No tendría que haber ido a ese<br />
campamento… —ella se humedeció los labios, absorta en sus recuerdos—. Tenía tan<br />
solo once años cuando…<br />
—No podíais imaginar lo que ocurriría, Diana. Ni tus padres ni tú.<br />
Hugo hizo amago de acercarse; ella alzó el rostro, estudiándole con reservas.<br />
—¿Puedo? —Hugo señaló el sillón que había al lado del que ocupaba su<br />
compañera.<br />
—No deberías. No hay que fiarse de nadie. ¿Y si cualquiera de los dos sufre justo<br />
ahora un arrebato violento?<br />
Pero la reticencia era débil; Hugo captó su vacilación. En el fondo, a pesar de su<br />
apariencia dura, ella también se sentía sola allí. Recordar la muerte de su hermano<br />
empeoraba las cosas.<br />
—Yo estoy dispuesto a arriesgarme. Me voy a acercar, ¿vale? —avisó—. De<br />
momento, ambos estamos cumpliendo el programa de Vidal. No creo que haya<br />
peligro.<br />
Se sentó junto a Diana y le pasó un brazo por los hombros. No se atrevió a llegar<br />
más lejos, aunque lo deseaba con una intensidad que seguía sorprendiéndole.<br />
—Conste que me sigues pareciendo un tío vulgar —Diana procuró sonreír,<br />
aunque con tan poca convicción que el intento provocó en sus facciones una mueca<br />
triste—. No te emociones.<br />
—Y tú me sigues pareciendo una borde —secundó él la broma, antes de retomar<br />
la conversación seria—. Tienes que quitarte de la cabeza lo de tu hermano, Diana. No<br />
se trata de olvidar a Pablo, pero han pasado tres años; es hora ya de cerrar ese<br />
capítulo.<br />
—El problema de los… suicidios —a ella le costaba pronunciar esa palabra— es<br />
la culpabilidad que generan. Mis padres todavía no se lo han perdonado; no son los<br />
mismos y nunca volverán a serlo. Yo sé lo que piensan: se acusan mutuamente de la<br />
muerte de Pablo.<br />
—Eso es terrible. E inútil.<br />
Diana se encogió de hombros.<br />
—Ellos aún discuten sobre quién obligó a Pablo a ir al campamento. Recuerdo<br />
que fue papá quien le convenció para que fuera. Decía que así se «curtiría». Pablo no<br />
quería ir, era un chico muy delicado y eso a mi padre no le gustaba. Al final obedeció,<br />
claro. Pero fue incapaz de resistirlo…<br />
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