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La expresión inerte del semblante, la postura del cuerpo, el paisaje violentado de la<br />
habitación…<br />
Por mucho que aquel crimen hubiera quedado grabado a fuego en las retinas de<br />
todos, era imposible que Álvaro hubiese reflejado con tal perfección la escena. Su<br />
única aportación creativa eran las heridas de la víctima, que el chico había<br />
multiplicado para justificar una presencia mayor —y más líquida— de sangre que no<br />
se correspondía con la realidad. Había convertido aquella muerte en algo mucho más<br />
reciente y gore, pero por lo demás… todo era idéntico, hasta el mínimo detalle.<br />
—Tuvo que volver —murmuró Hugo—. Álvaro tuvo que volver a la habitación<br />
de Esther para dibujarla con tal fidelidad. Y solo pudo hacer algo así por la noche.<br />
La imagen de su compañero en medio del silencio de la madrugada —si es que no<br />
había vuelto a emplear música de fondo—, enfrascado en su labor artística junto al<br />
cuerpo sin vida de Esther resultaba estremecedora. ¿Era Álvaro tan frío como para<br />
centrarse en su creación a pesar de saberse en medio de la escena de un crimen? ¿De<br />
verdad era capaz de tomar como modelo a una compañera muerta, terminar su tarea y<br />
después conciliar el sueño?<br />
«Yo duermo poco. Me gusta la noche», les había dicho durante su encuentro en la<br />
biblioteca.<br />
Claro, pensó Hugo. Uno duerme poco si durante la madrugada se dedica a otras<br />
cosas. Cosas como dibujar cadáveres.<br />
A pesar de lo impactante de aquellas muestras de frialdad, Hugo se obligó a<br />
recordar que no constituían ninguna prueba que confirmara que Álvaro era un<br />
asesino. Se le ocurrió otra teoría, un nuevo móvil: ¿cabía la posibilidad de que su<br />
compañero «fabricara» las escenas que luego deseaba dibujar? Dicho de otro modo:<br />
¿mataba para luego plasmar en el papel su crimen?<br />
Tal vez, pero desde luego los dibujos por sí mismos no demostraban nada.<br />
Hugo reanudó su registro, quería regresar cuanto antes a por Diana. En uno de los<br />
cajones de la mesilla encontró la cámara réflex de su compañero. La encendió y<br />
comprobó las últimas imágenes tomadas: estancias de la casa, la luna, paisajes<br />
nocturnos desde algún ventanal… y siete fotos del cadáver de Esther bajo diferentes<br />
enfoques, entre los que destacaban dos primeros planos de sus heridas.<br />
Aquel hallazgo era previsible. Definitivamente, Álvaro había vuelto a visitar el<br />
cuarto de Esther. Un dato que lo único que confirmaba era su atracción hacia lo<br />
morboso. Si esas imágenes constituían la recreación de un asesino, necesitaría algún<br />
apoyo más sólido para verificarlo.<br />
Hugo siguió pasando fotos. Se llevó una segunda sorpresa al verse a sí mismo<br />
como protagonista en una de ellas. ¿Cuándo se la había hecho su compañero? Con<br />
asombro, tuvo que reconocer que esa imagen robada era muy bonita: debía de<br />
haberse tomado durante alguno de los descansos entre proyecciones, y en ella<br />
aparecía su rostro con aire ausente, mirando hacia el exterior de la casa a través de<br />
una de las ventanas del salón principal. La luz cálida del atardecer caía sobre su<br />
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