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Hugo captó en su expresión cierta melancolía.<br />
—¿Por qué has elegido este sitio? —Diana estudió a Álvaro con detenimiento y el<br />
chico supo leer en su semblante la intención de la pregunta—. No estabas leyendo.<br />
—No, no he venido para leer. Si lo que te preocupa es que no cumpla el perfil que<br />
nos ha traído a todos a esta casa, puedes estar tranquila. Me gusta el ambiente<br />
acogedor de las bibliotecas, eso es todo, así que mi presencia aquí no me hace más<br />
sospechoso que los demás.<br />
—Entiendo.<br />
—¿Cómo lo lleváis vosotros?<br />
Hugo y Diana se miraron.<br />
—Como podemos —Hugo pasó los dedos por los lomos polvorientos de los<br />
volúmenes que sobresalían de una estantería—. Libros. Me han advertido a menudo<br />
de las malas consecuencias de no leer, pero nunca imaginé hasta qué punto tenían<br />
razón. Si lo llego a imaginar…<br />
Diana y Álvaro se echaron a reír.<br />
—No leer puede ser letal —el chico soltó una nueva carcajada—. ¡Lo de Vidal sí<br />
es animación a la lectura!<br />
Hugo contempló la absurda escena que protagonizaban en ese momento. Tres<br />
adolescentes riendo en mitad de la noche, rompiendo el silencio con la música de<br />
fondo de Clint Mansell, bajo el resplandor de las lámparas de tulipa verde. Y aquel<br />
escenario rebosante de libros completaba el conjunto, una ironía más. La estancia que<br />
ocupaban se alzaba como una isla en medio de las tinieblas. Minutos de paz, de<br />
extraña complicidad surgida del miedo. Instantes de compañía frente a la desolación<br />
que iba derramándose a su alrededor. La muerte acechaba. Cualquiera de ellos podía<br />
transformarse en el monstruo de esa nueva madrugada, pero algo les decía que, al<br />
menos durante aquel lapso de tiempo en esa segunda noche, allí, juntos, estaban a<br />
salvo. Tregua en un oasis. El miedo se había quedado en el pasillo. Luego regresarían<br />
a sus habitaciones, se rompería el encantamiento, volverían a territorio hostil. La<br />
confianza habría muerto. Volverían a observarse como desconocidos, a mantener las<br />
distancias. Pero hasta entonces…<br />
—¿Sabes, Diana? Yo también perdí a un hermano —reconoció de pronto Álvaro<br />
—. Y también ahogado. En una piscina.<br />
—Vaya… —ella, descolocada, no supo qué responder—. Lo… Lo siento.<br />
Hugo, a su lado, se había quedado con la boca abierta. ¿A qué venía aquella<br />
confidencia?<br />
—Yo era muy pequeño —continuó el otro chico, ajeno al asombro de sus<br />
compañeros— y se trató de un accidente, así que no pretendo decir que sé lo que has<br />
debido de sufrir tú. Lo que sí conozco es la huella que deja una ausencia definitiva en<br />
la familia. Ya nada vuelve a ser igual.<br />
Diana tragó saliva. Era evidente lo mucho que le seguía costando hablar de<br />
aquello.<br />
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