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Ahí lo torturaron casi hasta la muerte para intentar que construyera un
nuevo aparato. Cuando ganó el Nobel se dio cuenta de lo que había
hecho y de la responsabilidad que tenía como científico, de manera que
había quemado los planos. Nadie había sabido reproducir la configuración
ni los circuitos del artefacto. Era la única esperanza.
Una tarde Willy se coló en la prisión. Y volvió al día siguiente.
–¿Me has traído lo que te pedí?
–Sí.
Le entregó algo.
–Piensa siempre en como ayudar a la humanidad, aunque con ello no
te hagas bien a ti mismo. El progreso, nuestro más fiel aliado, se está
volviendo en nuestra contra ante la irresponsabilidad del hombre.
El muchacho asintió, confuso.
–¿Sigue ella con vida? Preguntó, de repente, McCulkin.
El chico dudó unos instantes.
–Se comenta que ha muerto, torturada por la policía.
El hombre se irguió. Willy abandonó la habitación, dejándole sumido
en sus pensamientos.
Cuando fueron a por él, el péndulo de la vida marcaba las horas. De
derecha a izquierda y de izquierda a derecha. El tiempo había empezado
a correr en contra de la humanidad. McCulkin había abandonado
el mundo a la deriva.
Willy siguió su mismo camino semanas más tarde.
E S
2012
P Ú B L I C O
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