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E S
2012
P Ú B L I C O
176
del mundo había envuelto, en milésimas de segundo, el habitáculo y a su
ocupante en una tela fina llena de aire comprimido. Aunque quedó conmocionado,
estaba vivo. Vivo y en una lata de refresco aplastada de
unas dos toneladas de peso.
–Latas aplastadas, presión del agua, presión del aire; ¿qué es arriba y
qué es abajo? Me hundo, ¿cuánto aire hay dentro del coche?, entra agua
a raudales. Un vaso con agua que tan sólo tiene un folio debajo y el agua
que no cae gracias a la presión; el calor del gas dentro de la lata que se
enfría hace que esta se aplaste sobre sí misma; la presión del gas al enfriarse
repentinamente absorbe la chapa; al contrario la dilata...
Poco a poco el coche se hundía en la negra inmensidad del embalse
mientras él seguía enfrascado en sus pensamientos. Todo era negra oscuridad.
Su cerebro analítico dedujo que el agua iba subiendo desde el
morro hacia el maletero del coche y así supo por dónde debería salir si
quería vivir; si quería alcanzar la superficie. Luchó contra el cinturón que
no dejaba que se fuera. Hombre y máquina eran uno y él luchaba contra
lo inevitable. Tenía una segunda oportunidad tras creer que no saldría
vivo del golpe, que la caída le mataría y ahora que vivía para contarlo el
destino se presentaba de nuevo tan cruel.
Necesitó unos segundos, necesitó pensar. Las prácticas del laboratorio
volvieron a su mente. La presión que infla el airbag, el aire que contiene…
¡eureka! Sacó de su bolsillo de la camisa el bolígrafo rojo de corregir los
exámenes y, clavándolo con todas sus fuerzas en el airbag del copiloto,
logró una breve pausa. Sintió lo mismo que el frenazo del paracaidista al
abrir su paracaídas: el coche se paró por un instante al acumularse el
aire contra la luna trasera. Presión, presión, presión... Pero aquel breve
paréntesis no duraría mucho. La presión del agua era superior y se filtraba,
el aire sería expulsado por las rendijas debido a la presión del agua
y el coche acabaría en el fango de las profundidades.
Pero por fin, tras muchos intentos, el cinturón se soltó y él pudo ir hacia
la parte de atrás. Esperó a que el agua entrase más y más. De nuevo la
presión: tendría que esperar para romper el cristal o la presión del agua
lo aplastaría contra los asientos traseros. Además de eso, el coche se
inundaría mucho primero y se hundiría más rápido.
Pasaron los segundos. Segundos que parecían horas, días, milenios y
por fin, con el agua al cuello, un golpe que le salió del alma y que le hizo